Pilar Montaner Maturana
« Retrato de Rubén Darío vestido de cartujo »
FECHA
1913
LUGAR
Valldemossa, Isla de Mallorca
Baleares, ESPAÑA
(1876-1961)
“Retrato de Rubén Darío vestido de cartujo”
Pilar Montaner fue pintora, casó con Juan Sureda, perteneciente a una de las familias más adineradas de Mallorca; vivían en el Palacio del Rey Sancho en Valldemossa (Mallorca); por su casa pasaron muchos artistas e intelectuales de la época. El matrimonio realizó múltiples viajes por toda Europa. Ella pintaba y exponía en varias ciudades. Luego, a comienzo de los años treinta, les llegó la ruína y Pilar ya no pudo seguir pintando óleos.
Rubén Darío cantó en unos versos inéditos que Gabriel Alomar recitó en la exposición en Barcelona en 1918:
“Los olivos que tú, Pilar, pintas son ciertos.
Son paganos, cristianos y modernos olivos,
que guardan los secretos deseos de los muertos
con gestos, voluntades y ademanes de vivos.”
“Se han juntado a la tierra, porque es carne de tierra
su carne; y tienen brazos y tienen vientre y boca
que lucha por decir el enigma que encierra
su ademán vegetal o su querer de roca.”
Todas [esas] cosas se las contaba a Rubén. y me decía un dia, paseándose por el claustro de casa” [en 1913], profundamente abstraído y pensativo: “¿Por qué no he sido vicario de Binissalem?” Se callaba un rato largo, y luego decía: “¿Por qué no he sido cartujo? ¿Por qué no he sido cartujo?” Esto lo repitió entre dientes suavemente varias veces mientras seguía paseando con la cabeza baja como si meditara, y luego se sentó en una de las sillas frailunas que estaban allí.
Entonces fue cuando me acordé de que teníamos en casa el traje de cartujo que Juan [Juan Sureda, marido de Pilar Montaner] había traído para su mortaja, en un viaje que hizo a Suiza a la Gran Cartuja de Chamonix, que se lo había mandado hacer a su medida (éramos aun recién casados).
Saqué el traje de la cómoda, me fui al claustro. Rubén seguía sentado y se lo puso. iNo volvía de su asombro! Se miraba, no sabia lo que se hacia. Le pasé el escapulario por la cabeza, le puse la capucha, se levantó y empezó a pasarse las manos por dentro de las anchas mangas. y volvió a pasear… ¡Ya no se quitó el traje hasta que fue necesario quitárselo, y se lo quitamos Francina y yo!
Pilar Montaner: Memorias
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