La visión rubendariana del sustrato cultural autóctono trascendía el territorio que ocupaba el país natal del poeta; de manera que ya en uno de los tres sonetos escritos en Chile que Darío calificó de americanos (Caupolicán, los otros se titulan Chinampa y El sueño de Inca), había inaugurado su veta americanista. O sea: la búsqueda de una imagen de América, de un fundamento primigenio que nos defina y de nuevos mitos que nos alienten y nos hagan al fin ser nosotros mismos.
Tal es el contenido de Tutecotzimí (1890), perteneciente a un proyectado Libro de los ídolos / Los caciques, que debe valorarse como el primer poema-mito (“mitema”) de la democracia indoamericana, a la cual —en su proceso de incorporación del indio a la historia o a nuestra realidad contemporánea— Darío la dota de raíz milenaria. O, mejor dicho, mítica.
Recordemos los versos iniciales de este poema escrito por Darío en San Salvador —a sus 23 años— e inserto en El canto errante (1907): “Al cavar en el suelo de la ciudad antigua / la metálica punta de la piqueta choca / con una joya de oro, una labrada roca, /una flecha, un fetiche, un dios de forma ambigua, / o los muros enormes de un templo. Mi piqueta/ trabaja en el terreno de la América ignota…” Es decir, la fabulosa América precolombina es objeto de una operación arqueológica, como lo confirma a continuación: “Suene armoniosa mi piqueta de poeta/y descubra oro y ópalos y rica piedra fina/ templo o estatua rota/ y el misterio jeroglífico adivina/ la Musa.//De la temporal bruma surge la vida extraña/de pueblos abolidos; la leyenda confusa/se ilumina; revela secretos la montaña en que se alza la ruina”.
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