Por: END.

Para quien conoce, al menos mínimamente, la vida de Rubén Darío, no resulta extraño que el poeta haya dado rienda suelta, en algunas de sus obras, a los terrores que lo abrumaron siempre, relacionados con el más allá. Dentro de este género de literatura, él escribió magistrales cuentos que se inscriben en la línea de E. T. Hoffmann y de Edgard Allan Poe. Darío sobresale ante todo como poeta e iniciador de la generación modernista. Por esa razón, se ha prestado poca atención a su producción en prosa y menos aún a sus cuentos macabros, que son prácticamente desconocidos salvo para los eruditos.

Estas narraciones merecen rescatarse porque muestran facetas insospechadas del genio de su autor y más importante aún, son prueba palpable de la evolución que siguió su escritura, a la cual suele encajonarse en los poemas de “Azul” o de “Prosas profanas”, unificándola bajo el manto del preciosismo formal y los mundos repletos de dulzuras, sin sospechar siquiera que Darío también probó el realismo, la leyenda y el terror psicológico. Los once cuentos que pergeñó dentro de esta escabrosa categoría muestran gran diversidad. Tanto se pueden encontrar insertos en el mundo fantástico o maravilloso como en la realidad cotidiana, o en situaciones comunes y corrientes que sólo precisan un leve resorte para estremecer lo que los une es esa capacidad de sumir al lector en mundos desconocidos llenos de horror ancestral.

La incursión de Rubén Darío en este terreno no es fortuita. Él era un gran admirador del maestro del terror moderno, Edgar Allan Poe, del cual toma tres elementos que son: ambiente macabro, acción in crescendo y final sorpresivo. También toma algunos temas como el de la reencarnación y el del vampirismo. Otras de sus influencias serán los genios de la literatura fantástica del XIX, como Catulle Méndès, y el necrófilo Theophile Gautier. Por otra parte, aunado a sus modelos literarios, Darío señala en su Autobiografía que su inclinación hacia estos temas se debe a las leyendas populares oídas en su niñez, a los trastornos nerviosos que padecía (como producto del alcoholismo), y acaso también como consecuencia de su afición al ocultismo.

En “La muerte de Salomé” se da la recreación dantesca del pasaje bíblico de la muerte de Juan el Bautista, donde la bella y cruel hija de Herodías es víctima de la ira de Dios. La encontramos al principio desnuda, resaltando su blancura entre las sedas púrpuras y el oro que la cubre, mirando con un morboso deleite la cabeza de Juan chorreante de sangre. Pero el celestial castigo desciende en forma súbita, empleando como instrumento nada menos que un áureo collar.

“Repentinamente, lanzaron un grito (las esclavas. D.S.); la cabeza trágica de Salomé, la regia danzarina, rodó del lecho hasta los pies del trípode, adonde estaba, triste y lívida, la del precursor de Jesús; y al lado del cuerpo desnudo, en el lecho de púrpura, quedó enroscada la serpiente de oro”.

Pero donde Darío llega a la maestría suprema del horror es en “Thanathopia”, relato donde el vampiro es la figura central y que puede considerarse como la única muestra del tratamiento de este tema en el siglo XIX hispanoamericano. La influencia de Poe, y especialmente de “Berenice”, es notable en este cuento, cuyo protagonista es James, un joven atormentado por la locura, hermoso y taciturno, proveniente de una rica y antigua familia inglesa donde el padre es un ser misterioso entregado a cavilaciones científicas que lo llevarán a la destrucción.

Sorpresivamente, el padre aparece un día para llevarlo a vivir nuevamente a su lado porque ha contraído nuevas nupcias y desea que todos vivan juntos como una familia. La acción avanza rápidamente, y lleva al lector hasta un clímax brutal. James se apresta a conocer a su madrastra, pero un ambiente de muerte flota en la entrevista: la palidez extrema de la mujer, sus ojos sin brillo, el olor sepulcral que emana de su frígida belleza, todo ello envuelve al personaje y al lector con él en una loca carrera que desemboca en el espanto más abyecto: “…yo saldré de aquí y diré a todo el mundo que el doctor Leen es un cruel asesino; que su mujer es un vampiro; ¡que está casado mi padre con una
muerta…!
Otro relato que continúa el sendero del tema de la posibilidad del sexo después de la muerte es La larva enlace
, cuento brevísimo que Darío describe como experiencia verdadera en las páginas de su Autobiografía: “En Caras y Caretas ha aparecido una página mía, en que narro cómo en la plaza de León, en Nicaragua, una madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral, estando en mi sano y completo juicio”. En este cuento los ambientes europeos y el lenguaje preciosista se han olvidado por completo para sumergirse de lleno en el folklore centroamericano, a través de una recreación de la figura de “La Cegua”. La víctima del espanto es un joven provinciano, trasunto del propio Darío, que va sin saberlo en pos de su perdición, al perseguir a una supuesta beldad con la que espera hacer el amor. Pero se lleva una terrible sorpresa.

“¡Oh, espanto de los espantos! aquella cara estaba viscosa y deshecha; un ojo colgaba sobre la mejilla huesosa y saniosa; llegó a mí como un relente de putrefacción. De la boca horrible salió como una risa ronca; y luego aquella “cosa”, haciendo la más macabra de las muecas, produjo un ruido que se podría indicar así: -¡Kgggggg!”

En “La pesadilla de Honorio” se maneja también el tema del sueño alucinante, donde el lector puede dudar de si está viviendo un delirio báquico o realmente está penetrando en el terreno de lo fantástico.

Honorio es sentenciado a sufrir un desfile interminable de máscaras y rostros petrificados, que muestran todas las verdaderas pasiones humanas que se esconden bajo las impenetrables caretas; el agobio y el martirio son intolerables, sumiendo a personaje y lector en un remolino de imágenes que llevan hasta la locura. Y nuevamente irrumpe ese elemento perturbador: Honorio se sumerge en una especie de ensueño donde oye a lo lejos una alegre música de carnaval ¿las máscaras usadas en el carnaval produjeron la alucinación en la mente de un joven que tal vez hubiera probado las delicias del licor que abunda en esas festividades? Como en los casos anteriores, queda a juicio del lector separar la realidad de la fantasía, pero sin duda es patente que los posibles delirios que Darío sufrió cuando se encontró en aquellos períodos en que el alcoholismo lo aquejaba se hayan materializado en este tipo de relatos.

Un cuento especialmente llamativo por la intrusión de saberes antiguos que evidencia la gran erudición del autor en estos campos es “El caso de la señorita Amelia”. El protagonista es un hombre ya maduro, cansado de la vida, que en sus múltiples viajes ha recorrido todas las fuentes del saber antiguo, que ha incursionado en las ciencias ocultas, que conoce a los demonios que asolan todas las culturas. Pero este sabio también amó en su juventud a una niña de apenas doce años, Amelia, quien, por fuerzas sobrenaturales e inexplicables, ha quedado atrapada en una burbuja de tiempo, permaneciendo durante más de treinta años en el mismo momento en que su amigo partió, encerrada en el cuerpo de una niña que jamás creció y que no olvidó. En este relato, las influencias de Huysmann y Hoffmann son evidentes, creando el autor una dimensión fantástica pocas veces igualada en las narraciones de esta índole, pero como se dijo al principio, generalmente menospreciadas por la crítica.

Después de este somero vistazo a la producción terrorífica de Darío podemos concluir que sus aportes al género no son despreciables, y tuvieron carácter pionero en Latinoamérica, donde se seguirían después desarrollando, hasta llegar a autores como Horacio Quiroga, Carlos Fuentes (“Aura”) o Jorge Luis Borges. Y si bien Darío pasó a la fama por sus versos memorables y no por sus cadáveres igualmente exquisitos, los fantasmas del escritor no resultan fáciles de olvidar una vez que el lector se sumerge en el mar del misterio dariano y se queda atrapado en las redes de sus invencibles miedos.

Nota: Adaptado de la obra de la Dra. Lenina Méndez, de la Universidad de Veracruz (México).

 

Fuente: El Nuevo Diario enlace