Por: Fabian.

Es hora de acabar esta serie sobre Rubén Darío en Mallorca. Su efigie en el Paso de Sagrera de Palma me dio pie a preguntarme sobre qué hizo en esta isla. No he utilizado ningún libro; Internet, multinodal y desordenada es hoy la gran biblioteca, no completa, pero posiblemente superior a cuanta biblioteca física exista: artículos de revistas, peridísticos, poemas sueltos que amantes de la poesía han puesto en la Red. Algún intento de organización, como la Biblioteca de Autor de Rubén Darío agrupa gran parte de su obra y, lo que también es muy interesante, muchos estudios sobre ella. Posiblemente éste sea uno de los caminos que convenga realizar. Por otra parte, Google Books es una maravilla cuando presenta libros abiertos y es el gran paso a dar, la gran biblioteca del Dominio Público, tan ausente entre nosotros.

Carlos D. Hamilton en Rubén Darío en la isla de oro indica cuáles son los “poemas mallorquinos”:

En este breve ensayo de homenaje no entraremos en detalles de crítica interna y externa para señalar cuáles son los poemas ciertamente escritos en las Baleares y cuáles son los grados de probabilidad de que otros hayan sido también escritos en Mallorca. Indico las páginas de las Obras completas, de Aguilar, Madrid, edición de Méndez Plancarte, 1952.

«Revelación» (p. 792); «Canción de la noche en el mar» (1099); «Visión» (801); «Sueños» (1166); «La vida y la muerte» (1104); «Los olivos» (1164-66); «La Caridad» (1.103-1104); «Estrofas de Mallorca» (1167); «Mater pulchra» (1168); «Eheu!» {820); «Lírica» (851); «Vésper» (819); «Versos de otoño» (816); «La canción de los pinos» (818); «Tant mieux» (850); «Epístola a la señora de Leopoldo Lugones» (Anvers, Buenos Aires, París, terminada en Mallorca, MCMVI) (831-839); «La Cartuja» (919); «Valldemosa» (927); «Poema del otoño» (857); «La canción de los osos» (936); «Los pájaros de las islas» (1102); «Danzas gymnesianas» (944-46); «A Remy de Gourmont» (839); «Los motivos del lobo» (?) (939). Estos son los poemas mallorquinos.

Yo sólo he recogido unos pocos de los poemas indicados, no sé si los más relacionados con Mallorca. Sentiría no enlazar con el poema “Los Olivos”, que se puede encontrar en un blog dedicado a Pilar Montaner y en el libro Lira póstuma, donde además se encuentran “Pájaros de las islas”, “Mater Pulchra”, “La caridad” y “La vida y la muerte”.

Los olivos que tú, Pilar pintas, son ciertos.
Son paganos, cristianos y modernos olivos,
que guardan los secretos deseos de los muertos
con gestos, voluntades y ademanes de vivos.

Se han juntado a la tierra, porque es carne de tierra
su carne; y tienen brazos y tienen vientre y boca
que lucha por decir el enigma que encierra
su ademán vegetal o su querer de roca. […]

En 1912, antes de venir a Mallorca, Rubén Darío publica su “Autobiografía” o “Historia de Rubén Darío escrita por él mismo”. En ediciones posteriores añade una “Posdata, en España”, que dice así:

Posdata, en España

Libre de las garras de hechizo de París, emprendí camino hacia la isla dorada y cordial de Mallorca. La gracia virgiliana del ámbito mallorquín devolvíame paz y santidad. Por cariñosa solicitud de mi excelente don Juan Sureda, por su cariñoso vigilante, mi alma y mi carne ganaban de día en día la conveniente fortaleza. Me hospedé, pues, en su casa, que es aquel Castillo del Rey asmático, en la pintoresca y fresca Valldemosa. Sobre este Castillo y su vecina Cartuja, como sobre todo aquel oro de Mallorca, escribí una novela en los días de mi permanencia en esa tierra de Lulio. Los atraídos por mi vagar y pensar tendrán, en esas páginas de mi Oro de Mallorca fiel relato de mi vida y de mis entusiasmos en esa inolvidable joya mediterránea. Ese gentil homme y profundo Lulista que es Juan Sureda, tiene en mi corazón un voto constante por su felicidad. ¿Y qué diré de mi agradecida admiración por la espiritual pintora que comparte la vida con mi recordado Sureda? Su esposa es mujer suprema y comprensora feliz del arte. Vive trasladando a las telas los secretos de belleza de aquellos parajes. Pinta admirablemente y le ha arrancado a los olivos su ademán de muertos deseos de clamar al cielo sus misterios y enigmas. Ha pintado olivos magistralmente. Ella, que es todo bondad creadora, me hizo mucho bien con su palabra creyente. De Valldemosa partí un día en el rey Jaime I, que me trajo a la amable ciudad condal. Aquí debía residir, fijar la planta por muchos años, Dios mediante, y, en verdad confieso que me es grata en extremo la estancia en esta tierra, «archivo de cortesía», como reza la frase del glorioso manco de Lepanto.

Dejé a París, sin un dolor, sin una lágrima. Mis veinte años de París, que yo creía que eran unas manos de hierro que me sujetaban al solar luteciano. dejaron libres mi corazón. Creí llorar y no lloré.

Juventud, divino tesoro
ya te vas para no volver,
cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer.

Y ya en Barcelona, en la calle Tiziano. número 16. en una torre que tiene jardín y huerto, donde ver flores que alegran la vida y donde las gallinas y los cultivos me invitan a una vida de manso payés, he buscado un refugio grato a mi espíritu. Bajo el ala de serenidad de la brisa nocturna evoco mis días de Mallorca, sobre lodo el de una tarde en que el poeta Osvaldo Bazil. se empeñó en vestirme de cartujo. A los Sureda les supo bien la gracia y yo, en verdad, me sentía completamente cartujo, bajo el hábito que llevaba. Llegué a pensar que acaso era lo mejor y en donde hallaría la felicidad. Y llegué a soñar, a sentir, en mí, la mano que consagra y acerca hacia la paz de la vieja cartuja. Y vi el pulpito de san Pedro, en Roma, donde yo diría un rosario de plegarias que sería mi mejor obra y que abrirían las divinas puertas confiadas a san Pedro. Quimeras, polvo de oro de las alas de las rotas quimeras, ¿por qué no fui lo que yo quería ser, por qué no soy lo que mi alma llena de fe, pide, en supremos y ocultos éxtasis al buen Dios que me acompaña? En fin, acatemos la voluntad suprema. De todo esto hablo en mi novela Oro de Mallorca y de otras cosas caras a mi espíritu que impresionaron mis fibras de hombre y de poeta.

Rubén Darío: Autobiografía de Rubén Darío

Es hora de acabar, aunque quizás sólo “por ahora” pues siempre quedan más cosas en el tientero que en la pluma. Debería elegir algunos versos como final, pues me es difícil seleccionar algunos … Tal vez aquellos de “Vesper” del poemario El canto errante:

Quietud, quietud… Ya la ciudad de oro
ha entrado en el misterio de la tarde,
La catedral es un gran relicario.
La bahía unifica sus cristales
en un azul de arcaicas mayúsculas
de los antifonarios y misales.
Las barcas pescadoras estilizan
el blancor de sus velas, triangulares
y como un eco que dijera «Ulises»
junta alientos de flores y de sales.

Al pie de la escultura que está en Sagrera, realizada por Antoni Oliver en 1950, hoy borrados por el paso del tiempo, están cincelados estos versos de A. Vidal Isern:

Y que sirvan de polen tus cenizas
en nimbo azul de un florecer humano
salvándose las vallas fronterizas
con versos y con rosas en la mano.

 

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