Por: El Nuevo Diario. Especiales.

A los 16 años describió la diplomacia con un acierto fenomenal y tres años más tarde ya formaba parte de comitivas oficiales * En Chile, el panida no sólo se dedicó a la poesía y a los escritos periodísticos, realizó tareas propias del servicio exterior * Influyentes de la época intentaron opacarlo, pero siempre fue un hombre de mucha instrucción y demasiado talento.

Dos monografías ofrecen datos fehacientes acerca de la experiencia diplomática de Rubén Darío: una de Julián N. Guerrero (1966), editada en Managua; la otra de Gilberto Bergman Padilla (1997), aparecida en Buenos Aires.

También Norman Caldera ha elaborado una buena síntesis del tema (La Prensa, 29-I-2007), pero aún dicha experiencia está lejos de agotarse, requiriendo —si se aprovecha nueva información documental, realmente significativa— un mayor conocimiento. Así lo hice en una charla que impartí hace diez años en la biblioteca “Salomón de la Selva”, de la UNAN-Managua, y que sintetizo a continuación.

Una vocación secundaria

Realmente, la diplomacia fue para Rubén —desde su adolescencia— muy atractiva. Mejor dicho: una especie de vocación secundaria, útil para realizar su tarea de escritor. Pero, sin duda, algo más que eso. En efecto, el 2 de octubre de 1883 —cuando apenas tenía 16 años, 8 meses y 14 días de edad— publicó en un periódico de León, La Voz de Occidente, su conceptuoso artículo “La Diplomacia”. He aquí algunas de sus afirmaciones que lo acreditan, temprana y excepcionalmente, como teórico de la materia:

“El elemento constitutivo de la ciencia de la diplomacia es el conocimiento de las diversas manifestaciones de los Gobiernos, el examen de los regímenes nacionales, y la medida exacta o aproximada de las tendencias que se advierten en la dirección de un Estado. El ojo avizor del diplomático penetra en los misterios de la política y sabe distinguir la grave actitud de un gobernante severo y justo, como las tramas que urde el engaño y la mala fe.

“Estudiando el carácter de un pueblo, no hay nada más conveniente que fijarse en las tendencias generales del poder, para así poder llenar con mayor exactitud las incumbencias de su obligación.

“El estudio de la diplomacia es de absoluta necesidad en el seno de un pueblo. Nada hay tan sagrado como la tarea de formar vínculos fuertes, sostenedores de la armonía entre las naciones. De aquí el progreso y movimiento de nuestras transacciones: el bienestar y ser de las sociedades”.

¿Cómo había aprendido el “jovenzuelo” a valorar la diplomacia? Probablemente durante la primera estadía en El Salvador, entre agosto de 1882 y octubre de 1883. Lo cierto es que, al año siguiente —como empleado de la Secretaría de la Presidencia—, acompañó a la delegación oficial del gobernante de Nicaragua, Adán Cárdenas, que se encontraría con la del mandatario salvadoreño Rafael Zaldívar en San Juan del Sur y Corinto.

En 1886, a la edad de 19 años, volvió Rubén a formar parte de la comitiva presidencial de Cárdenas en una gira que tuvo el siguiente itinerario (utilizando tres vías de locomoción: ferrocarril, vapor y diligencia o coche de caballos): Managua-Granada-San Jorge-Rivas-San Juan del Sur-Corinto-Chinandega-León-Momotombo y, de nuevo, Managua.

 

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