Por: Carlos Ossandón Buljevic.
Universidad de Chile.

Todo indicaría que el título “Azul…” enlace (Valparaíso, 1888) que finalmente Rubén Darío dio a su célebre compilación de cuentos, cuadros y poemas no se inspiró en la muchas veces repetida declaración de Víctor Hugo: L´art c’est l’azur.
Es lo que confiesa por lo demás el propio Darío en su Historia de mis libros (1909), aunque ello no termina por convencer a Raúl Silva Castro [1]. Usada como epígrafe en el primer prólogo de Eduardo de la Barra, Darío se apropia más adelante de esta declaración así como del modo como Juan Valera, el escritor español miembro de la Real Academia Española, había caracterizado no sin cierta aprensión su gesto poético: “lo ideal, lo etéreo, lo infinito, la serenidad del cielo sin límites, la luz difusa, la amplitud vaga y sin límites” (Madrid, 22 de octubre, 1888).

Tampoco hay ciertamente indicios que permitan sostener una conexión con Novalis, quien en su “novela de aprendizaje” (Bildungsroman) Enrique de Ofterdingen (1802) concibe el color “azul”, que se asocia a la Poesía y se encarna en una Flor, como un figura de alto simbolismo espiritual y formativo (Novalis, 1992).
Terciando en este debate, Iván A. Schulman, interesado en demostrar la precedencia martiana de este símbolo cromático, insinúa una posible recepción por esta vía [2]. Sin embargo, en concomitancia con la evidente influencia francesa en el conjunto del texto [3], como con el valor que adquiere la dimensión simbólica, en lo tocante al origen de azul parecen más cercanos y eventualmente inspiradores aquellos juegos sinestésicos que ocupaban la atención de escritores franceses apreciados por Darío.

En el breve texto “De Catulle Mendès. Parnasianos y decadentes”, publicado el mismo año de Azul…, nuestro poeta defenderá las relaciones entre el “arte de la palabra” y otras artes y sensibilidades (la pintura, la luz y el color, por ejemplo). En estos juegos sinestésicos, en la integración entre los sentidos y las artes, lo que emerge es una visión estética y holística del mundo así como una percepción nueva, virginal, impresionista, pictórica, que va a contestar en la práctica la captación realista-positivista.

Si la genealogía del azul de Darío no es del todo nítida, sí es evidente – aunque situados en otro plano analítico – que los materiales que componen la célebre compilación se publican inicialmente en la Revista de Artes y Letras, en La Libertad Electoral y principalmente en el diario La Época, todos de Santiago de Chile. Junto a otros espacios de sociabilidad (las veladas de Pedro Balmaceda en el Palacio de La Moneda, el restaurante nocturno Gage, por ejemplo), este diario liberal permitirá el estreno en Chile, en 1887, el “año literario” de La Época, de la presente “sensibilidad” modernista, que como se sabe marca importantes diferencias o discontinuidades con otros posicionamientos, alejándose de la “sobriedad patriarcal” de Andrés Bello así como “del espíritu fáustico de Vicuña Mackenna intendente de Santiago”, aunque cercana “al final esteticista de Lastarria” (Vicuña, 1996: 66 y 82).

Son conocidos los nombres de los escritores jóvenes que se congregaron en La Época: Pedro Balmaceda, Alfredo Irarrázaval, Alberto Blest Bascuñán, Luis Orrego Luco, Jorge Huneeus y ciertamente Rubén Darío, entre otros. Durante 1887 aparecen en este diario títulos tales como “A Rosa”, “El rey Krupp”, “El fardo”, “El palacio del sol”, “Primaveral” o “El velo de la reina Mab” de Darío.
En ese año se publica también su “Canto épico a las glorias de Chile” (La Época, n. 1954, 9 Octubre 1887), no reconocible en la nueva “sensibilidad”, premiado en el Certamen Varela y dedicado al presidente José Manuel Balmaceda, padre – dice Darío – “de uno de mis mejores amigos”.
Son muy abundantes también en este diario las poesías de Alfredo Irarrázaval. Esta “primavera artística”, como la llama Darío, se reúne en la sala de redacción de La Época donde se discuten, según recuerda el poeta Narciso Tondreau, “las escuelas poéticas de París, los decadentes, los simbolistas, los parnasianos” (Darío, 1966: 44 y sgs. / Subercaseaux, 1992: 47) [4].

Simultáneamente, aparecen en las páginas de este diario narraciones de autores franceses tales como Alphonse Daudet (Darío lo destacará  como inspirador del cuento “El Rey Burgués”) y Guy de Maupassant, traducciones de textos de Anatole France, Charles Dickens, ensayos y crónicas de José Martí (cfr. Benítez, 1995) y otros contemporáneos que, junto al desarrollo o modernización de los aspectos propiamente periodísticos (telegramas de la Agencia Havas y del cable submarino, noticias de Europa y América, etc.) constituyen también, al igual que las reuniones en la sala de redacción de La Época, parte importante del campo enunciativo y de articulación, no meramente suplementario, de la presente “sensibilidad” (Ossandón, 1998).

Es éste, pues, el escenario más inmediato – el “hogar literario” se ha dicho – dentro del cual se va a fraguar el Azul…de Darío permitiendo su transmutación poética. Ampliando el espectro, digamos que es en Chile que hasta ese entonces no había producido, según Darío, “sino hombres de Estado y de jurisprudencia, gramáticos, historiadores, periodistas y, cuando más, rimadores tradicionales y académicos de directa descendencia peninsular” donde – hojeando años después melancólicamente en una mañana de primavera su “libro primigenio” – confiesa haber encontrado un “nuevo aire” para sus “ansiosos vuelos” y “una juventud llena de deseos de belleza y de nobles entusiasmos” (Historia de mis libros,  1997: 14).

En el contexto del “florecimiento intelectual” que se pudo apreciar en ciertos círculos en el período que precede a la llamada “Guerra del Pacífico” y que antecede el derrocamiento de Balmaceda en 1891, el poeta que llega a Valparaíso y al Santiago remodelado por Vicuña Mackenna vivirá una intensa experiencia de modernidad que, con sus expectativas y contradicciones, dejará más de una marca en el joven e impresionable nicaragüense (Mirna Suárez, 2001: 16 y sgs.).

Las diez exaltadas crónicas que Darío escribió sobre Sarah Bernhardt en su paso por Chile, esa “soberana absoluta del arte”, es sólo una pequeña muestra de los entusiasmos que generaron en él ciertas tendencias modernas, en particular en este caso la asociación que será cada vez más corriente entre el arte y ciertas formas de “representación personal” (Ossandón, 2007).

El hecho que resaltemos la “experiencia chilena” de Darío no significa que su conocimiento de los nuevos autores franceses, como de la literatura clásica y moderna, no haya comenzado antes de esta experiencia. Se ha señalado que su temprana colaboración en la Biblioteca Nacional de Nicaragua lo pudo acercar a autores franceses recientes. Además, hay testimonios y escritos suyos que acreditan que su acervo literario era bastante amplio cuando muy joven llega a Chile, que no sólo conocía a Víctor Hugo como se le enrostró, sino también ya mostraba interés o citaba a Anacreonte, Virgilio, Horacio, Ovidio, Juvenal, Santa Teresa, Fray Luis de León, Campoamor, Shakespeare, Byron, Goethe, Heine; y que no era menor su pasión por las Mil y una noches y el Nuevo Testamento (Raúl Silva Castro, 1966: 245 y sgs.) [5].

Retomando la pesquisa sobre la procedencia de azul, si bien la declaración de Víctor Hugo citada más arriba es en principio descartable ya que, como decíamos, es el propio Darío quien reconoce no haberla conocido reviamente, esto no significa que otros pasajes de la poesía huguesca no pudieron haber influido en la elección del título. Preguntándose por el porqué de su título, Darío dice haber conocido la estrofa Adieu, patrie! / l’onde est en furie / Adieu, patrie! / Azur! del autor francés (Les châtiments, 1852), aunque no es suficientemente explícito al momento de aclarar el vínculo preciso entre esta estrofa y el título.

Por otra parte, no es igualmente segura, a pesar de lo insinuado por Max Henríquez Ureña (1978: 93), y del conocimiento que respecto de este autor Darío mostrará posteriormente (Alfonso García Morales, 2006: 42), la influencia que pudo tener el Je suis hanté! L’Azur! L’Azur L’Azur L’Azur! de Stéphane Mallarmé. Una relación más cercana cabe suponer con el texto Los pájaros azules (Les oiseaux bleus), publicado el mismo año de Azul… por Catulle Mendès, un autor muy estimado por Darío y que lo recuerda como el “príncipe de las letras”. En estos relatos, llenos de esos tópicos que tanto placerán a Darío (el amor galante, las hadas, las princesas), se incluía “La llamita azul”: la que permite “triunfar sobre las tinieblas”, vencer el “oscuro mundo” y entrar en el milagroso “Jardín de la Alegría y los Sueños” (traducción de José M. Ramos). No deja de ser importante que “La “llamita azul” de Catulle Mendès fue traducida por Darío y publicada en Nicaragua cerca de tres años antes de la aparición de Azul… (Silva Castro, 1966: 253).

Carlos Ossandón Buljevic
Universidad de Chile

 

Notas

[1] Resulta “no poco peregrino – dice Silva Castro – que Darío niegue el conocimiento de la ‘frase huguesca’” (1974: 165), dada su cercanía con el prologuista del libro que sí la usa como diremos más arriba. Esto no aclara, sin embargo, por qué el nicaragüense – de haber conocido esta frase – tendría interés en ocultarlo.[2] Junto con subrayar la importancia de Martí sobre Darío, dice Schulman: “José Martí, antes que ningún otro, descubrió las seducciones estéticas del azul, e incorporó este color a su léxico como constante estilística” (1966: 115).[3] “La aplicación de su manera de adjetivar, ciertos modos sintácticos, de su aristocracia verbal, al castellano”, reconoce Darío en Historia de mis libros (1909 / 1997: 14).[4] Sobre Rubén Darío y La Época ver Raúl Silva Castro (1930), Bernardo Subercaseaux (1988: 191 a 208) y Ángel Rama (1985, capítulo “La transformación chilena de Darío”).[5] Menciones a algunos de estos autores son fácilmente reconocibles en sus primeros poemas, anteriores  a su arribo a Chile, siendo Darío prácticamente un adolescente. Además de los ya nombrados, hay que agregar a Miguel de Cervantes, Molière, José de Espronceda, Bécquer, Jorge Isaacs. Menciona también El cantar de los cantares. Y también a Homero, Sófocles, Cicerón, Nuñez de Arce, Lamartine. Ver Rubén Darío, Obras Poéticas Completas (1953).

 

Bibliografía consultada

– Jorge Benítez, José Martí y Chile, Lom, Santiago de Chile, 1995.

– Rubén Darío, Azul…y poemas, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, cuarta edición 1996. Selección y Prólogo de Hugo Montes B. Incluye Prólogo de Eduardo de la Barra y dos comentarios de Juan Varela.

– Rubén Darío, Azul…, Alianza Editorial, Madrid, 2008. Edición e Introducción de Arturo Ramoneda.

– Rubén Darío, Historias de mis libros, en revista Anthropos, nº 170/171, Barcelona, enero-abril 1997.

– Rubén Darío, Autobiografía, Editorial Latino Americana, México, 1966.

– Rubén Darío, “De Catulle Mendès. Parnasianos y decadentes” (1888), en El modernismo, Alianza Editorial, Madrid, 1989.

– Rubén Darío, Obras Poéticas Completas, Librería “El Ateneo” Editorial, Buenos Aires, 1953.

– Rubén Darío, Poesía Selecta, Visor Libros, Madrid, 1996. Edición, introducción y selección de Alberto Acereda.

– Rubén Darío, Páginas escogidas, Rei, México, 1992. Edición de Ricardo Gullón.

– Alfonso García Morales, “Un artículo desconocido de Rubén Darío: ‘Mallarmé. Notas para un ensayo futuro’”, en Anales de Literatura Hispanoamericana, n. 35, Universidad Complutense de Madrid, 2006.

– Carlos D. Hamilton, “Simbolismo francés y lírica hispánica”, en Cuadernos Americanos, n. 3, México, mayo-junio 1980.

– Max Henríquez Ureña, Breve historia del modernismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.

– Mariano Jiménez II / Mariano G. Jiménez, Azul…por Rubén Darío. www.damisela.com/literatura/pais/nicaragua/autores/dario/azul/index.htm

– Raimundo Lida, “Los cuentos de Rubén Darío. Estudio preliminar”, en Cuentos completos de Rubén Darío, Fondo de Cultura Económica, México, 1950. Edición y notas de Ernesto Mejía Sánchez.

– Catulle Mendès, Los pájaros azules, en www.iesxunqueira1.com/mendes. Traducción de José M. Ramos.

– Novalis, Himnos a la noche. Enrique de Ofterdingen, Cátedra, Madrid, 1992.

– Carlos Ossandón Buljevic, El crepúsculo de los ´sabios´ y la irrupción de los ´publicistas´, Lom-Arcis, Santiago de Chile, 1998.

– Carlos Ossandón Buljevic, La sociedad de los artistas. Nuevas figuras  y espacios públicos en Chile, Dibam / Palinodia, Santiago de Chile,  2007.

– Ángel Rama, Rubén Darío y el modernismo, Alfadil ediciones, Caracas / Barcelona, 1985.

– Iván A. Schulman, “Génesis del azul modernista”, en Estudios críticos sobre el modernismo. Introducción, selección y bibliografía general por Homero Castillo, Editorial Gredos, Madrid, 1974. También en Génesis del Modernismo, El Colegio de México / Washington University Press, México, 1966.

– Raúl Silva Castro, Rubén Darío y Chile, Imprenta “La Tracción”, Santiago de Chile, 1930.

– Raúl Silva Castro, Rubén Darío a los veinte años, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1966.

– Raúl Silva Castro, “El ciclo de `lo azul´ en Rubén Darío”, en Estudios críticos sobre el modernismo. Introducción, selección y bibliografía general por Homero Castillo, Editorial Gredos, Madrid, 1974.

– Mirna Suárez, Darío en Chile: un cuento alegre, Memoria para optar el título profesional de Periodista, Universidad de Chile, 2001.

– Bernardo Subercaseaux, Fin de siglo. La época de Balmaceda, Editorial Aconcagua, Santiago de Chile, 1988.

– Bernardo Subercaseaux, “La cultura en la época de Balmaceda (1880-1900)”, en La época de Balmaceda, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Chile, 1992.

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– Manuel Vicuña Urrutia, El París americano. La oligarquía chilena como actor urbano en el siglo XIX, Universidad Finis Terrae, Santiago de Chile, 1996.

Cortesía: Magazine Modernista