Por: Nadine Lacayo .

De acuerdo con la cita de Amartya Sen: “La cultura debe ser considerada en grande, no como un simple medio para alcanzar ciertos fines, sino como su misma base social. No podemos entender la llamada dimensión cultural del desarrollo sin tomar nota de cada uno de estos papeles de la cultura”.

El progreso que demanda Nicaragua, no será posible sin el desarrollo de la cultura en la sociedad. A propósito de esta certeza, el domingo pasado el programa (de televisión) Esta Semana, descarnadamente evidenció el analfabetismo que priva en Nicaragua sobre la obra de Rubén Darío.

Si no fuese por la abundancia de poetas, escritores, académicos e intelectuales (muchos de los cuales son expertos en su obra) y algunos jóvenes apasionados por la literatura nicaragüense, esta ignorancia pareciera ser generalizada en la sociedad y particularmente en la juventud. No pude dejar de experimentar cierto horror cuando el reportaje mostró de manera cruda que esta carencia es más profunda de lo que ya suponía. Además, el reportaje invitó a observar dos cuestiones más: una, que si se ignora a Darío y su legado que es el personaje más universal nacido aquí, fácilmente podemos derivar que el desconocimiento de otros aspectos básicos del proceso histórico y cultural de Nicaragua es mucho más hondo. La otra cuestión es que, culturalmente Nicaragua va hacia atrás, ampliando y profundizando el mar de incultura en que navega. Como dijo el escritor Erick Blandón: “El pensamiento y obra de Darío, yacen enterrados bajo las losas de sus restos en la Catedral de León”.

Debo considerar tres cuestiones para que se comprendan los límites de mis expectativas sobre esto: primero, que al confirmarse la incultura social sobre la obra del poeta, no se está esperando que la sociedad y la juventud la conozcan como expertos darianos; segundo, que nadie está obligado a que le “guste” Darío aunque su obra sea conocida por encima, o bien a profundidad, o que no se aburra con los “cajoneros” poemas que se han difundido en los espacios escolares; y, tercero, nadie tiene la obligación de reconocer el peso de la literatura en Nicaragua y asumirla como un valor que le daría al país “competitividad” cultural.

Efectivamente, no se debe aspirar que todo el mundo se vuelva experto en la obra de Darío. Se trata de reconocer y superar la mediocridad cultural que envuelve al país y, que según lo mostrado, raya en la vergüenza, sobre todo cuando se conoce que Darío es estudiado en cientos de universidades del planeta. Esto quedó amargamente expuesto en las palabras sencillas del profesor Roberto Aguilar de la UNAN-Managua. Sin disimular su consternación, el profesor reconoce la pobreza académica, la ausencia de apoyo e influencia de los llamados expertos darianos que parecen girar en círculos culturales cerrados, y la dispersión y poco alcance de las “escaramuzas literarias” (iniciativas) que se vienen presentando en torno a las celebraciones del centenario del poeta, incluyendo las oficiales.

Concluyo: La ignorancia sobre Darío es un indicador patético del bajo nivel de desarrollo cultural de Nicaragua. En este contexto, vale decir que, los organismos internacionales y los gobiernos, en la práctica continúan creyendo que basta con el crecimiento económico, para dar repuesta al progreso. El “progreso”, no puede dar un paso si se encuentra divorciado del desarrollo cultural. Y si este enfoque es el que persistirá, son otros los actores los llamados asumir ese reto.

Aun con todo, celebro la generosa iniciativa de la editorial Amerrisque de publicar y promover el acceso a las obras completas de Rubén Darío. También aplaudo la iniciativa del escritor Mario Urtecho, quien publica temas semanalmente sobre el mismo. Seguramente habrá otras acciones parecidas, y estoy segura que todas contribuirán en algo. Pero falta articular una estrategia educativa y cultural en torno a Rubén Darío y el desarrollo cultural en general, de mayor impacto que parta de reconocer la contribución de la cultura al progreso como factor de cohesión social.

 

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