Julián Herrojo publica una obra que investiga las visitas del poeta a Asturias y a Gijón y solicita para él una calle en la villa de Jovellanos.

Por: J. Moran

Una intensa pasión desde su juventud por la poesía de Rubén Darío y el dato ya conocido, pero con imprecisiones, de que el poeta nicaragüense pasó tres veranos en Asturias -en 1905, 1908 y 1909, incluida una semana en Gijón-, han impulsado a Julian Herrojo (Gozón 1958), ex rector de la Iglesiona de Gijón y hoy párroco del Cristo de las Cadenas, en Oviedo, a publicar una obra en la que se precisan los detalles de dichos veraneos de vate nicaragüense. Al mismo tiempo, Herrojo ha editado con medios propios un CD con una selección de poemas de Darío y acompañamiento musical de piezas de Bach o Boccherini, entre otros.

El sacerdote también tramitará una solicitud al Ayuntamiento de Gijón que se le dedique una calle al célebre poeta modernista, y que en algún punto de esta se recojan las palabras que Darío dedicó a la Villa de Jovellanos: «Es hoy uno de los emporios comerciales y manufactureros de la península, ciudad europea actualmente y cuya riqueza progresiva asombra. De ahí vendrá el soplo, el impulso, que ha de cambiar todo esto». El poeta ya goza de un medallón sobre monolito en el Parque de Isabel la Católica, así como viales dedicados en Soto del Barco, Oviedo, Corvera y La Felguera.

«El libro recoge los datos fieles de los tres veranos que paso en Asturias», comenta Herrojo, quien resalta como la primera estancia, en 1905, se une a su obra «Cantos de vida y esperanza», ya que «pagó y recogió ejemplares en Madrid justo antes de venir a Asturias».

Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío, había nacido en 1867 en la localidad nicaragüense de Metapa, hoy Ciudad Darío, y en 1905 desempeñaba el cargo de cónsul general en París, aunque viajaba frecuentemente a España.

El célebre poeta llega «al pueblo costero de San Juan de La Arena, frente a San Esteban de Pravia, en la desembocadura del Nalón, donde consta su presencia el 5 de julio, por una carta de Ramón Palacio, donde dice que Darío y Vargas Vila “abandonaron Madrid, para hacer sus curas respectivamente”», relata Herrojo, quien agrega que gracias a ciertos establecimientos hosteleros del lugar «el nivel de San Esteban de Pravia para el veraneo estaba, salvadas las proporciones, parejo al de Salinas, Gijón, Santander y San Sebastián, es decir, al “veraneo del Norte”, que era lo propio de aquella época».

A San Esteban llegó Darío desde Oviedo en el ferrocarril Vasco Asturiano, inaugurado unos meses antes. Darío «dejó escrito en su autobiografía: “Los ardientes veranos iba yo a pasarlos a Asturias, a Dieppe [en el canal de la Mancha, costa francesa, frente a Newhaven] alguna vez a Bretaña”», recoge el autor. En los otros dos veraneos, el de 1908 y 1909 (Darío fallece en febrero de 1916, antes de cumplir los 50 años y minado por la bebida), el poeta «ya era embajador en Madrid».

No obstante, su relación con España, en el plano poético era antigua y densa. «Juan Ramón Jiménez y Juan Varela fueron los que más le respaldaron; Varela leyó su libro “Azul”, escrito a los 19 años, y realizó de él un elogio enorme en revistas literarias. Cuando en 1892 «el gobierno de Nicaragua lo envía a España como representante en el IV Centenario del Descubrimiento de América», ya es recibido como un gran artista de la composición poética.

Justo antes de ese viaje «pasó Darío tres días en La Habana, alojado en el Hotel Luz, propiedad de un indiano asturiano llamado Feliciano Menéndez, que casualmente sería quien, dieciséis años más tarde, le ofreciese en alquiler sus casas de San Juan de la Arena y Monterrey, en la parroquia de Riberas de Pravia». Quién había sido conocido ya como «el niño poeta», señala Herrojo, «tenía un don sobrenatural, en el sentido de lo absolutamente extraordinario, como para componer poesías con 13 años». Y «como dice él mismo en su autobiografía, no tiene conciencia de haber cometido jamás un error de métrica porque la poesía le sale espontáneamente».

No obstante, las desgracias afectaron a su existencia e «incluso hay unas duras descripciones del período de Madrid en las que Juan Ramón Jiménez dice que está en un estado semicatatónico», explica Herrojo, quien encadena con que «estaba realmente dominado por la bebida y ahí se mezclan el alcohol y el genio literario».

Julián Herrojo recogió en 1970 «el testimonio de un camarero de San Juan de La Arena, del restaurante “El Brillante”, que está cerrado desde hace años, y que recordaba de él que tomaba una copita ajenjo y que a veces no la acababa». La primera visita a Asturias acaecía al mes del fallecimiento de su hijo Rubén Darío. «A Phocás, el campesino» enlace , «a quién dedicó una poesía muy sentida en «Cantos de vida y esperanza» en la que ya se barruntaba que el niño no iba a vivir.

Esas eran las tristezas, únicamente compensadas por la referida publicación en el mismo año del citado poemario, uno de cuyos ejemplares «envió a a Juan Ramón Jiménez desde San Juan de La Arena». Ese poemario «me parece una obra en la poética española insuperada y no sé si insuperable, una cosa tan grandiosa que a mí a veces me emociona, me traspone», confiesa Herrojo. El libro del ex rector de la Basílica del Sagrado Corazón nació como una conferencia que el solicitaron en el Ateneo de Sevilla en 2010, y que luego repitió en el Centro Asturiano de Madrid y en el Ateneo Jovellanos de Gijón.

«Con motivo de aquella conferencia perfilé unas cuantas referencias que ya tenía y me di cuenta de que era necesario realizar una cierta investigación histórica y poner en orden los datos que circulaban sobre Darío y Asturias y en los que se mezclan hechos auténticos con otros que son de inventiva popular o por lo menso de los que no hay constatación».

Por ejemplo, «no se sabía con certeza los años y fechas de sus veraneos, o había varias fechas que se disputaban». El caso es que acude a Asturias, «al veraneo del Norte, por consejo médico, según carta de un secretario suyo». Pero «por qué Asturias y San Juan de La Arena lo ignoramos», reconoce Herrojo, que agrega cómo «la idea de que le invitó Pérez de Ayala no me convence, aunque es verdad que aquel año vino a visitarle acompañando a Azorín, quien dejó un testimonio en el que describe a un hombre completamente abatido por el pesimismo y la angustia a raíz de la muerte de su hijo».

El trabajo de Herrojo, titulado «Asturias en la vida y en el obra de Rubén Darío», ha consistido en «recoger de sus obras completas en prosa y verso todas las menciones a Asturias». Este trabajo «ha sido para mí relativamente fácil, pero además acudí a las cartas que se conservan en el Archivo Rubén Darío de la Universidad Complutense, formado a partir de la donación en 1954 de su viuda, la abulense Francisca Sánchez y de su segundo esposo, Francisco Villaespesa, un señor adinerado de Ávila y tan admirador de Rubén que puso su fortuna a disposición de ella para emplearla en viajes por América y España con el fin de recoger cuanto existiera en referencia al poeta».

Es precisamente el examen de dichas misivas el que permite «precisar las fechas de sus estancias en San Juan de La Arena y en Monterrey, así como las de su presencia en Gijón, ya que tiene cartas fechadas en la Villa de Jovellanos». Una «hipótesis razonable» es que «estuvo en Gijón del 18 al 24 de julio de 1908». Darío ya había escrito en 1905 la referida «frase elogiosa hacia la Villa de Jovellanos como ciudad europea de donde vendrá el empuje que España necesita para ser una nación moderna».

La admiración de Julián Herrojo hacia el poeta nicaragüense arranca cuando «de joven me impresionó mucho Rubén Darío la primera vez que leí una poesía suya, “Al Rey Óscar” enlace , dedicada a España, que me quedó grabada». Poco tiempo después, «cuando yo tenía 15 o 16 años, supe que había estado veraneando en San Juan de La Arena y yo, que vivía en Avilés entonces, fui hasta allí para localizar el sitio exacto». Herrojo confiesa ahora que «aquello me emocionó porque tenía una noción elevadísima de Darío y me imaginaba cómo podía ser el encuentro con Azorín, según los datos que había leído».

Años después, tras cerrar sus estudios de Teología y de Arqueología Bíblica en Jerusalén, y ya destinado en 2000 como párroco a varios pueblos del concejo de Villaviciosa, «retomé la recogida de datos». «Me había metido en la vida de Rubén Darío y él se metió en la mía; no me canso de leerlo y releerlo, me transpone», explica el sacerdote. La devoción de Herrojo por el poeta se transformará ahora en libro sobre Rubén Darío y Asturias.

 

Cortesía: La Nueva España