Por: José Pascual Ortells Chabrera.

En 1913 Rubén Darío compuso el poema La Cartuja en Valldemosa, un pueblo a orillas del mismo mar Mediterráneo que navegó el argonauta de la mitología griega. Allí se encontraba como huésped en la mansión o “palau” del matrimonio Sureda-Montaner; un antiguo castillo de los reyes de Mallorca que después fue monasterio de monjes cartujos.

La primera persona a quien leyó este poema, según Hedelberto Torres, fue Pilar Montaner, su anfitriona y una de las mejores pintoras españolas de inicios del siglo XX, cuyos óleos de dramáticos olivos admiró Rubén.

Por su parte el padre Bruno Martínez, escolapio, en su estudio sobre lo religioso en Darío, afirma que en este poema Rubén “pone de manifiesto el contraste entre lo que quisiera ser y lo que es”. El padre Bruno analizó el perfil religioso de Rubén, de manera especial la educación que recibió en su niñez, basado en que, según el ideario pedagógico calasancio, los primeros años son fundamentales para la formación y el desarrollo evolutivo de toda una vida; también habló de la dualidad de su espíritu, que él mismo expresó en su poema Psiquis:

“Entre la Catedral y las ruinas paganas vuelas, oh Psiquis, oh alma mía”.

En tres ocasiones visitó Darío un monasterio de monjes cartujos. La primera vez fue en Pisa, Italia, en 1901. Las otras dos, en Valldemosa; una durante el otoño de 1906 o en el invierno de 1907, ya que había viajado a Mallorca desde París en compañía de Francisca Sánchez. Esta visita a la Cartuja la reflejó en su poema Epístola; pero no residió en Valldemosa, sino en Palma de Mallorca. La segunda visita a la Cartuja fue en 1913. Esta vez se encontraba solo, enfermo de surmenage –hoy diríamos estrés- y atravesaba una crisis en su relación con la mujer que lo había acompañado tantos años.

En los tres meses de su estancia en Valldemosa, de octubre a diciembre de 1913, recuperó su salud y retomó su producción literaria, destacándose el poema La Cartuja y la novela autobiográfica El oro de Mallorca, en la que por medio del protagonista, Benjamín Itaspes -su avatar-, expresa sus meditaciones y aspiraciones. Una recaída en la adicción alcohólica puso fin a esta segunda estancia de Darío en la isla dorada.

Al comparar el tono de observador curioso y un tanto irreverente que anima la crónica de su visita a la cartuja de Pisa y el acento existencial de la novela y el poema La Cartuja, comprendemos mejor la vivencia íntima de Rubén en aquellos momentos. Existen en ambos escritos pasajes similares que expresan el mismo sentimiento religioso profundo. En los dos enumera cada uno de los sentidos, la boca, los oídos, la vista, para declarar su sincero deseo de conversión, en estrofas como esta: “Darme otra boca en que queden impresos  los ardientes carbones del asceta, y no esta boca en que vinos y besos aumentan gulas de hombre y de poeta”.

El padre Bruno Martínez concluyó en su estudio que la “religiosidad vital” de Darío, “más amorosa y fraternal que formulista, se anticipaba al Concilio Vaticano II”, sobre todo por el “espíritu que anima a muchos poemas” como en el libro “Cantos de vida y esperanza”.

Fallecido el 29 de diciembre de 1972, a consecuencia de las heridas sufridas en el terremoto que destruyó Managua el 22 del mismo mes, el padre Bruno fue declarado beato por la iglesia católica en 2005. El año anterior al terremoto, este dariano que va camino a los altares había escrito: “Termino de escribir este capítulo el 6 de febrero de 1971 y al desear al gran poeta de América su descanso en Cristo, y el lugar del consuelo, de la luz y de la paz, me atrevería a decir que fue el propio bardo, quien con los acentos más sublimes de su lira le pidió a Cristo de antemano, -en el poema Spes– lo que la Iglesia llama ´la muerte preciosa de los justos´:

Jesús, incomparable perdonador de injurias,

óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno

pan de tus hostias; dame contra el sañudo/

infierno una gracia lustral de iras y lujurias”
Rubenia, 10 de junio 2016.

 

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