Juan Montalvo y Rubén Darío nunca se conocieron, ni charlaron, ni tomaron café juntos; pero el espíritu, el estilo y las ideas de Montalvo imprimieron honda huella e influyeron poderosamente en los primeros años del joven Darío.

Por: Aminta Buenaño Rugel, Embajadora de Ecuador.

En la entrada del Teatro Nacional Rubén Darío de Managua hay un busto en piedra negra de un hombre excepcional. El artista plasmó un temperamento encrespado, amplia frente deliberante, labios crispados y no complacientes, mirada altiva y soberbia con un mentón prominente y una cabellera que se agita como una serpiente colérica ante el viento eterno de los siglos. Su espíritu aunque aprisionado en la dura piedra parece clamar a las generaciones futuras. Es Juan Montalvo. El hombre que con su sola pluma plantó batallas a la tiranía.

Juan Montalvo y Rubén Darío nunca se conocieron, ni charlaron, ni tomaron café juntos; pero el espíritu, el estilo y las ideas de Montalvo imprimieron honda huella e influyeron poderosamente en los primeros años del joven Darío. Cuenta en su biografía que teniendo apenas 14 años de edad y rezumando por todos sus poros las letras de Juan Montalvo, Rubén Darío escribía en el periódico La Verdad de León, artículos que hacían chirriar los oídos de sus enemigos por su espíritu combativo y por las verdades que disparaba a mansalva. Rubén Darío estaba embriagado de las ideas de Juan Montalvo, las asumía, las imitaba de tal manera que cuando a causa de ellas lo acusaron de vago y pretendieron encerrarlo, tuvo que huir hacia Managua, repitiendo sin proponérselo la vida azarosa de destierros continuos que tuvo siempre que asumir su maestro y mentor en pago por sus ideas.

Cuando Darío pretendió pedir al Gobierno una beca a Europa para afinar su talento, este se lo negó porque su poesía estaba llena de improperios contra la simonía de la iglesia, que según Darío se había convertido en “Un gran taller de indulgencias”. Es conocida la frase con que lo despachó el presidente de Nicaragua después de escuchar su virulento soneto: “-Hijo mío: si así escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?

Tal era el hechizo, el “deslumbramiento” del que habla Ernesto Mejía Sánchez, que ejerció Montalvo sobre el joven Darío. El escritor ecuatoriano Alejandro Carrión es enfático en señalar que Montalvo fue el maestro de primeras letras de Darío, “el que le enseñó a escribir”. Aunque en su madurez, el viejo Darío criticara esos primeros escritos que convulsionaron la primera etapa de vida literaria del poeta nicaragüense.

No era imposible que estos dos grandes espíritus se encontraran por el camino. Ambos llevaban un enorme camino de soledad, de búsqueda de la justicia y libertad en el ideario político del liberalismo, que por esos tiempos representaba la revolución dura y pura y estaba encarnada en grandes espíritus como Martí, Maceo, Morazán, Eloy Alfaro y otros. Las poesías “A los jesuitas”, “A los liberales”, “El libro”, “Al Papa”, etcétera, están llenas de esas ansias por un mundo mejor y por liberar a la patria del mal canallesco de las dictaduras que convertían lo público en su hacienda y de la iglesia que amasaba sin pudor almas y fortunas.

Eran los tiempos en que nuestras naciones aún desnudas de derechos se estaban independizando, construyéndose, intentando cortar el cordón umbilical que las unía a España. En las aguas huracanadas de un liberalismo rompiente Darío luchó de cara al sol como un marino ante la tempestad; Juan Montalvo, toda su vida. Es conocida la frase montalvina: “Peleando vivimos, peleando moriremos, y si fuera por nosotros, la tumba sería un campo de batalla.”

¿Quién era este hombre por cuyos libros el joven Darío se sintió hechizado hasta el punto de imitarlo en sus escritos y seguir como lazarillo su credo político?

¿Quién era este hombre sobre cuyo cuerpo endeble y reumático cabalgaba un espíritu vigoroso y gigante que hacía temblar al Poder al punto de convertirlo en un eterno desterrado de su patria?

¿Quién, el que navegando por las aguas cervantinas del amor a la lengua castiza y sonora, profería insultos y blasfemias en el más depurado y elegante idioma que hizo proferir palabras de admiración a Unamuno y asegurar al mismo Darío que Montalvo era el creador de la epopeya de la burla?

¿Quién era Juan María Montalvo Fiallos?

(continuará).

* La autora es escritora y embajadora del Ecuador. Su último libro publicado es “Con (textos) fugaces”).

 

Cortesía: El Nuevo Diario