Por: Carol Guilleminot. ROTAFOLIO.

El nicaragüense Rubén Darío fue el poeta de lengua castellana más influyente de su época, al iniciar la modernidad literaria en el continente americano.

Sin embargo,  es un hecho poco conocido la visita del gran poeta a Paysandú, donde luego de presentarse en el Teatro Progreso permaneció cinco días enfermo en el Hotel Concordia.

El 28 de junio de 1912 Ruben Darío llegó a Uruguay. Regresaba al Río de la Plata después de catorce años y medio de ausencia. El deseo de Rubén era pasar un mes en Uruguay y unos días en el campo para reestablecer su estragado estómago.

Al arribar al puerto de Montevideo vestía con elegancia: traje gris a la inglesa y corbata marrón con alfiler de oro, con un lis en esmalte. Mencionó que entre las figuras que entraban en el círculo de sus amistades intelectuales estaban José E. Rodó, Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Víctor Pérez Petit y los hermanos Martínez Vigil.

Durante varios días permaneció recluido en su hotel con el fin de restablecer su salud. Visitó a la poetisa Delmira Agustini en su residencia, con quien conversó largo rato. A Delmira le dedicó el siguiente elogio: “De todas cuantas mujeres escriben hoy en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor. A veces rosa por lo sonrosado, a veces lirio por lo blanco. Y es la primera vez en que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser de Santa Teresa de su exaltación divina.
Si esta niña bella continúa en la lírica de su revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de lengua española. Sinceridad, encanto y fantasía, he allí las cualidades de esta deliciosa musa. Cambiando la frase de Shakespeare, podría decirse “that is a woman”, pues por ser una mujer, dice cosas exquisitas que nunca se han dicho. Sean con ella la gloria, el amor y la felicidad”.

Durante sus días en Montevideo recibió varios homenajes. El 9 de julio, por la noche, en el Teatro Urquiza, el 11 en el Teatro Solís, el 13 fue recibido por el Presidente de la República, don José Batlle y Ordóñez. Al ser homenajeado en una reunión con música y danzas respondió: “Señores, yo no sé cómo serían los festines de los dioses, pero creo que no habrán superado jamás este banquete. Solicito carta de naturalización en vuestra noble y hermosa república. Los que poseen el secreto de la alegría son dueños ya de las llaves del porvenir ”.

El 17 de julio en el Ateneo del Uruguay, se llevó a cabo una recepción al autor de” Cantos de Vida y Esperanza”. Darío ocupó la tribuna y leyó un soneto dedicado a Montevideo.

La Comisión Organizadora del Homenaje a Rubén Darío le rindió tributo en el Teatro Urquiza. Esa noche la intelectualidad uruguaya, la Asociación de música de cámara, una orquesta dirigida por el maestro Grasso y poetas uruguayos homenajearon con gran emoción a Rubén quien cerró el acto con las siguientes palabras:“Señores: Al partir de esta capital, llevaré, tenedlo por cierto, una profunda gratitud por la gentileza, la cultura y la natural generosidad de espíritu con que habéis sabido, en la oportunidad de mi persona, manifestar vuestro culto por el arte y la dedicación ideal.
“Vuestra tierra de heroísmo y de trabajo, ha sido, también, fecunda en almas de pensar hondo y armonioso; y la constante visión de la belleza, en vuestras mujeres y en vuestro encantador escenario natural, ha hecho que el brillo y la vivacidad de la inteligencia hayan llegado a ser casi particularidades nacionales. Siempre, señores, recordaré cordialmente a Montevideo. ¡Que Dios guarde y engrandezca a la República Oriental de Uruguay! ”.

Antes de retirarse del homenaje tributado, Darío se dirigió al palco que ocupaba la célebre actriz italiana Jacinta Pezzana, y en gesto de fina galantería, besó la mano de la consagrada artista.
Tras su partida de Montevideo, viajó por el Interior de Uruguay, visitando las ciudades de San José, Salto y Paysandú, donde dictó en el Teatro Progreso la conferencia “A través de mi obra”, la misma que había pronunciado en San José.

Bienvenida en Paysandú

Ruben Darío llegó a Paysandú el 3 de agosto de 1912 en el marco de una gira promocional de la Revista “Mundial”. El ilustre poeta americano llegó por tren, a las 11.30 horas, proveniente de Salto y acompañado por Alfredo Núñez y Adolfo Guido, copropietario de la referida revista.

“Desde hoy y por brevísimo tiempo será huésped en nuestra ciudad el ilustre Rubén Darío”, tituló EL TELEGRAFO la edición de ese día. Y, como homenaje reprodujo las partes principales del discurso pronunciado por el joven intelectual Francisco Alberto Schinca en la velada que se había realizado días antes en el Teatro Urquiza, en Montevideo.

En él se enfatizaba el impulso renovador que aportó Rubén Darío a las letras americanas: “América le debe no solo la ofrenda floral de sus himnarios, no solo el regalo lírico de sus libros, sino también la orientación poética que hace vibrar con nuevo alarde rítmico la lira de los trovadores, el arpa de los cancioneros. Cuando ya no nos place ni conmueve el tumulto verbal de las odas de Quintana y Zorrilla, ni la escultórica simetría de Núñez de Arce, un numen juvenil se alza a reinar. No se si anhela América el advenimiento de un poeta que mezcle su voz celeste al fragor formidable de las Cataratas, que emule con las suyas las cóleras de nuestros torrentes, que celebre la majestad de nuestras montañas, que ponga su alma pánica al unísono del alma tenebrosa y salvaje de nuestras selvas, que cante como los pájaros nativos, que levante los ojos extasiados hacia la luz de nuestras estrellas meridionales (…) pero sé en cambio que lo que colma de estupor y de orgullo es que haya nacido en ella, en sus tierras de exhuberancia y lozanía, el artista genial que puso cuerdas desconocidas en el viejo laúd castellano, que remozó el idioma, que penetró a golpe de ala en los misterios de la sensibilidad humana, que glorificó el linaje materno, que levantó aras nuevas para el culto perpetuo del arte y para la adoración eterna de la belleza.
Por esa virtud innovadora de su poesía, el nombre de este portalira se identifica con los prestigios de una tendencia literaria que yo no vacilo en considerar destinada a prevalecer alguna vez, sobre las ranciedades de la escuela tradicional.”

Y agregaba: “El modernismo es amor de lo nuevo, es amplitud sentimental, es rejuvenecimiento interior. Resulta, en la forma, más fiel a la índole de la lengua castellana que el propio credo que lo combate porque reivindica la belleza perdurable de muchos arcaísmos y los incorpora gallardamente al léxico usual, y en el fondo, más fiel a los destinos de la poesía porque se asoma a todas las ventanas del alma, escruta todos los horizontes, y gusta lo mismo de los esplendores del alba que de los rocíos de la noche.

Es vario, cosmopolita, universal, multiforme, ecléctico y humano. Y así no es extraño que Darío haya podido a la vez renovar la manera griega, en el mito prestigioso de los centauros, loar a Cyrano en España y deponer sobre la tumba de Mitre, el gran capitán de acero y oro, el inmarcesible laurel de su oda consagratoria”.
”Y aún los que lo quisieran esencialmente americano, esencialmente nuestro, encontrarán en él más de una nota autóctona y original, mas de una visión de nuestras cordilleras y de nuestras llanuras (…) Los que reverenciamos la idealidad que late en sus libros le decimos: ‘Maestro de las generaciones de América: realiza tu obra total, cumple tu maravilloso destino. Bienvenida labor la tuya porque impulsa a los hombres a alzar los ojos de la miserias de la tierra y a fijarlos en el inmenso azul que sonríe, en la ficción celeste, en la nada vertiginosa poblada de astros!

“La poesía tiene la purezas del cisne y las alas del águila. Y, si pudo decirse alguna vez con verdad que tus versos sonaban en los oídos de los demás como los cantos de un rito no entendido, ahora habrá que afirmar que ha llegado hasta el corazón de la multitud el eco de tu voz prestigiosa, el acento que vibra en tus himnos encendidos de amor, o de esperanza, o de entusiasmo. Eres ahora como el sagitario de tu epitalamio bárbaro, que pasa entre la indecisa luz del alba, junto al mar rumoreante, sobre un corcel raudo y salvaje. Como él has robado una estrella y la llevas orgulloso sobre tu frente mientras el bosque te saluda con su vasta orquesta sonora y el alma de los hombres, prisionera sublime, se asoma a las torres irreales de la ilusión, para verte pasar!”

En la estación

La crónica periodística de EL TELEGRAFO del 4 de agosto calificaba como “cortés y afectuoso” el recibimiento que el pueblo de Paysandú había dado al gran poeta.

El tren llegó a las 11.30 y en la estación lo esperaba una numerosa concurrencia entre la que se hallaban miembros el comité especialmente constituido para agasajar al huésped, algunos funcionarios públicos, profesores, maestros y algunos alumnos del liceo.

Señala la crónica que “fue notada, y se comentó favorablemente, la presencia de distinguidas damas que pertenecen al magisterio”.
Llegado el convoy, en el andén se cambiaron los saludos y presentaciones trasladándose enseguida los viajeros al Hotel Concordia, donde se les había preparado alojamiento.

Darío llegó un poco indispuesto por el cansancio, circunstancia que hizo creer por un momento que la conferencia anunciada para la noche habria de suspenderse. No ocurrió así. Unas horas de reposo en su habitación le bastaron para aliviarse un tanto de su malestar y hasta pudo conocer la ciudad y sus suburbios en automóvil.

Conferencia en el Teatro

Esa noche el Teatro Progreso, hoy Florencio Sánchez, presentaba un aspecto magnífico. La expectativa pública creada alrededor de la fama del poeta se puso de manifiesto en la cantidad de gente que concurrió a oírle. Palcos, cazuela, platea, todas las localidades estaban ocupadas.
Según el periodista que cubrió la conferencia, “la representación femenina era sobresaliente, en número, distinción y belleza”.

”Darío, a quien todos los homenajes –por solemnes que fueran– resultan familiares, no debe haber mirado impasible la gentil ofrenda de admiración que le tributara la mujer sanducera”, anotó el periodista.

El conferenciante leyó el trabajo que llevaba preparado, haciendo una sintética historia de su labor literaria. Comenzó hablando de su patria, Nicaragua, de los ensueños de la adolescencia, de los sentimientos poéticos que fueron despertando en el y a los que dio forma en los primeros versos.
Siguiendo el desarrollo del tema citó las producciones que concibió después y las nuevas formas poéticas de las que fue creador y que tuvieron admiradores fervientes como críticos severos.

Recitó algunos poemas: “Era un aire suave”, “La princesa Eulalia ríe”, “Divagación”, “La sonatina” y “Blasón”. También algo de “Prosas Profanas”, libro del que dijo que “hasta el título se discutió”.

La lectura, que el público escuchó atentamente duró aproximadamente una hora, al término de la cual el poeta tuvo el respetuoso saludo del aplauso.
Sin embargo, a juicio de nuestro periodista “no todas las bellezas prodigiosas de los versos recitados por Rubén Darío fueron gustadas como merecen serlo”.

“Es explicable –comenta en la crónica—ya que la conferencia de anoche adquiere todo su valor en las páginas de un libro, y cuando el lector se siente en correspondencia espiritual inmediata con el autor, y en aptitud de percibir y apreciar las sutilezas, los recónditos tesoros de concepto y de lenguaje, la integral euritmia del verso. Pero en una lectura llana y corriente no puede establecerse esa vinculación necesaria, indispensable, entre el conferenciante y un auditorio heterogéneo. El error no es atribuíble a éste ni a Darío, que harto molestado se sentía anoche al comprobar su propio aislamiento ante el público, a medida que avanzaba en la recitación de sus poesías; pero el error existe y se lo indicamos al señor Alfredo Guido, organizador de la gira del poeta insigne, que todos admiraban y todos seguirán admirando a través de sus obras”.

”Es que la conferencia no es un género adecuado al temperamento de Darío, a quien debe serle más grato, sin duda, escribir que leer”, concluyó el periodista.

El poeta enfermo

Al día siguiente se hizo un agasajo en honor a Rubén Darío. Sin embargo, el poeta no asistió por hallarse indispuesto. En su representación concurrió el señor Guido, quien agradeció en su nombre el cortés homenaje.

El poeta tenía planificado partir esa misma noche en el vapor de la carrera con destino a Buenos Aires, donde daría tres conferencias, para luego visitar las repúblicas del Pacífico.

Sin embargo, su estado de salud frustró sus planes. Según lo publicado en EL TELEGRAFO “la postración nerviosa que, desde su salida de Montevideo tenía molesto a Ruben Darío y que se acentuó en su llegada a Paysandú, lo obligó a guardar cama y suspender el viaje a Buenos Aires”.

Enfermo, continuaba alojado en el Hotel Concordia, asistiéndole el doctor José Parietti. Recién el jueves 8 pudo embarcarse hacia Buenos Aires, algo aliviado de la molestia que lo mantuvo dos días en cama.

Por prescripción del médico que lo atendió en Paysandú, Rubén Darío debía someterse a un tratamiento severo, especulándose en aquel momento que daría un descanso a sus tareas intelectuales.

Tres años y medio después, el 6 de febrero de 1916, a la edad de 49 años, Félix Rubén García Sarmiento, el poeta y diplomático nicaraguense murió en su país. Le habían diagnosticado cirrosis. En sus últimos años, el alcoholismo y los desengaños habían destruido de manera lamentable su organismo enfermo.

Investigación y texto de Carol Guilleminot, originalmente publicado en la revista Quinto Día.

 

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Teatro Progreso, hoy Florencio Sánchez. (Paysandú, Uruguay).

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