Foto: Rubén Darío y Francisca Sánchez.

Por: Antonio S. Sánchez.
Licenciado en Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

Toda la vida he escuchado hablar de Francisca Gervasia Sánchez del Pozo, esa mujer del municipio abulense se Navalsáuz que un día compartió su vida con el conocido poeta nicaraguense Rubén Darío. Navalsáuz es un pequeño anejo de San Martín del Pimpollar, que se encuentra a pocos kilómetros de mi pueblo, Navadijos, y por esa zona siempre se ha contado la estrecha relación entre este pequeño pueblo y el escritor hispanoamericano, y se ha hablado de ‘Paca’ y de su historia de amor.

El caso es que ayer tuve la oportunidad recordar y reforzar mis conocimientos sobre esta historia en el Episcopio abulense, donde se celebró, dentro de la semana “Mujeres para el imaginario abulense”, organizado por el Foro Guiomar de Ulloa, una conferencia a cargo de la conocida periodista Rosa Villacastín -en calidad de nieta de Francisca Sánchez- que explicó -sin meterme en su alegato feminista extremo que creo que estuvo fuera de lugar- la historia de su abuela y Rubén Darío. Villacastín es una de las dos nietas de Francisca, junto a su hermana Ángeles -también periodista-, y es hija de la hija que nació fruto del segundo matrimonio de ésta, después de su relación con Rubén Darío que aquí nos atañe. Entre su abuela, por la que mostró un enorme aprecio, y su abuelo, José Villacastín, se recogieron muchos de los documentos sobre Darío que acabaron pasando por la casa de Navalsáuz donde se escribió parte de su historia.

Nacida el 4 de junio de 1879, Francisca Sánchez conoció en la Casa de Campo de Madrid en 1899 a Rubén Darío, que por aquel entonces se encontraba en España trabajando como corresponsal del diario La Nación. Ese encuentro fue el comienzo de una historia de amor que duraría para siempre. En el mes de octubre de ese mismo año, el escritor nicaraguense se decidió a ir a Navalsáuz para ir en busca de su nuevo amor, para pedir su mano a sus padres en un momento que coincidía precisamente con las fiestas patronales de la localidad en honor a la Virgen del Rosario. Darío acudiría hasta la ciudad de Ávila en tren y luego recorrería los más de 60 kilómetros que separan la capital abulense de Navalsáuz a lomos de un burro. Como puede encontrarse en sus “Obras Selectas”, editado por Edimat Libros, así relata el propio autor su periplo en busca de su amada:

FIESTA CAMPESINA

Un hombre del campo me invito hace pocos días a ver la fiesta de su aldea, en tierra de Ávila. (…) Una buena mañana tome el tren para Ávila, en cuya estación me esperaba mi invitante, en compañía de dos hijos suyos, robustos mocetones que tenían preparadas las caballerías consiguientes. (…) En el tiempo del viaje, se encuentran a un lado de la carretera mesones o ventas harto pobres, que nada tienen que ver con los caserones que en la árida Castilla se le antojaban castillos a Don Quijote.
En una hubimos de pernoctar.Mi amigo grita con una gran voz: “¿Hay posada?”. “Si, señor; pasen ustedes”. Y de la casa maltrecha sale la figura gordinflona del ventero. Mientras los mocetones llevan los burros al pienso, heme allí conducido a la cocina, donde una gran lumbre calienta olorosas sartenes, y conversan en corro otros viajeros, todos de las aldeas próximas, de higiene bastante limitada, pero gentes de buen humor que charlan y se pasan de cuando en cuando una bota. Entre yo también al corro y de la bota guste. … La cena estuvo suculenta y luego fue el pensar en dormir. ¿Camas? Ni soñarlo. Cada cual duerme en los aparejos y recados; quien en la cocina, para no perder lo sabroso del calor; quien en la cuadra. Yo prefiero la vecindad de la lumbre y entro en esa escena de campamento. Por otra parte, no me es posible dormir. Esos benditos de Dios roncan con una potencia abrumadora.

(…) ¡Bello día en el fragante y bondadoso campo! Sale un claro sol, comienzan a verse las ovejas, … Y mi burrito sigue impertérrito, en tanto que me llegan de repente soplos de los bosques, olientes a la hoja del pino. … si hubiese tenido un libro de notas a la mano, en esa mañana deliciosa habría escrito, sin apearme de mi simpático animal: “Hoy he visto, bajo el mas puro azul del cielo , pasar algo de la dicha que Dios ha encerrado en el misterio de la naturaleza” …

(…) Seguimos la caminata todo el día hasta llegar a la posada de Santa Teresa, … El terreno cambia, se suceden las cuestas y honduras; y de pronto me indican lo que debo hacer. “Señorito, ¡a pata! Obedezco, y continuo el camino llevando el burro del ronzal, hasta llegar a Navazuelas, … Y diviso el pueblo: un montoncito de casucas entre peñascos con una alameda al lado de la puerta; … Estamos en el imperio de lo primitivo. Buen fuego, si, se me ofrece, y ricos chorizos y patatas, y sabroso vino. Duermo a maravilla. A la mañana siguiente, vivo en plena pastoral. Se me conduce aquí y allá, entre cabras y vacas y ovejas. Estoy en la pastoría. Después, a la iglesia, en donde las mozas están adornando a la Virgen. (…) El traje de la paleta es curioso y llamativo. Más de una vez lo habéis visto en las comedias y zarzuelas. Falda corta y ancha, de gran vuelo que deja ver casi siempre macizas y bien redondas pantorrillas; la media calceta es blanca y el zapato negro. En corpiños y faldas gritan los mas furiosos colores. Al cuello llevan un pañuelo, también de vivas tintas y flores, y otro en la cabeza, atado por las puntas … Le cuelgan de las orejas hasta los hombros enormes pendiente, y usan gargantillas y collares en gran profusión. El pelo va recogido en un moño de ancha trama y resalta sobre el moño la gran peineta que a veces es de proporciones colosales, …Generalmente no llevan sortijas en sus pobres manos oscuras, hechas a sacar patatas y cuidar ganados. Al entrar yo en la iglesia, las muchachas cantaban, adornando con gran muchedumbre de flores la imagen de la patrona, la Virgen del Rosario.

Después fueronse a casa de las mayordomos, al obligado convite; castañas, higos y vino. Por la noche, en medio de la cena, en la casa en que se me hospedaba, las mozas tiraron las cucharas de pronto y echaron a correr fuera. Era el tambor que sonaba a la entrada del lugar; venían de un pueblo vecino, y su son con el de la gaita haría danzar esa misma noche, en la plaza, a las alegres gentes. Luego pude observar algo de un fondo ciertamente pagano. Las mozas formaron un ramo de laurel, cubierto de frutas varias y dulces, para ser llevado a la iglesia al día siguiente. Mientras tanto, vi venir del campo a varios mozos con grandes ramas verdes que iban poniendo sobre los techos de ciertas casas. Se me explico que en donde había una muchacha soltera colocaba ramos su novio o su solicitante. Era extraño en verdad para mi ver al día siguiente coronadas de follaje casi todas las casitas del villorrio. Del pueblo vecino también llegó el señor cura, un cura joven, alegre y de buena pasta, … Al curita le fueron a buscar los varones, con el tambor a la cabeza del concurso, mientras el campanario llamaba a misa. Las mozas, vestidas de fiesta esperaban en el camposanto. El alcalde esta allí también, con su vara y sus calzones cortos y su ancho sombrero y su capa larga. Las mozas abren la puerta para que pasen el señor cura y la “justicia”, y detrás todos los hombres. La puerta vuelve a cerrarse, y ellas quedan fuera. Entonces, en coro, empezaron a cantar: …

(…) Por la tarde se reanuda el baile con la gaita y el tambor, en la pradera, donde se merienda gozosamente. Por la noche, baile y más baile. Por largo tiempo resonaran en mis oídos la aguda chirimía y el tan tan del tambor, ese tambor infatigable. Todavía hasta el chocolate cural, se pasa por la rifa del celebre ramo. Aún queda, el día que viene, tiempo para que sigan danzando mozos y mozas, en tanto que los viejos aldeanos vuelven al campo a su tarea de sacar patatas.

Esa visita turística fue más que eso, fue un encuentro con su intimidad y su anhelo y se unió definitivamente a una mujer de la que recibió el resto de su vida lo más noble y lo más desinteresado del amor. Francisca Sánchez nunca pudo casarse con Rubén Darío, pues a éste nunca se le concedio el divorcio de la que fue su primera esposa, Rosario Murillo, pero a pesar de la distancia que en muchas ocasiones tuvieron que sufrir, ya no se separaron nunca, ya fuera por estar juntos en sus innumerables viajes, a través de los muchos versos que se escribían o de corazón.

Tras la visita de Rubén Darío a Navalsáuz, ambos se trasladaron a París, donde Francisca, que era una campesina analfabeta, aprendió a leer y a escribir de manos del nicaragüense. En su casa parisina acudieron algunos de los mejores escritores de la Generación del 98, buenos amigos de Rubén Darío, como Antonio Machado, Manuel Machado, Miguel de Unamuno, etc. La pareja tuvo momentos de riqueza y momentos de pobreza, fruto de la vida bohemia del escritor, y así sucedió a lo largo de sus 17 años de vida juntos.

Durante toda su vida Francisca tuvo que luchar también contra el alcoholismo del escritor, que en muchas ocasiones le quitaban las ganas de escribir. En muchas ocasiones fue ella precisamente la que trabajó por levantarle el ánimo, como sucedía, por ejemplo, cuando se disfrazaba con distintos ropajes para inspirarle. Vivieron en otras ciudades como Madrid, Málaga o Barcelona. Este último sitio sería el último donde Francisca vería su amor, después de que Darío se trasladara a Nueva York engañado por uno de esos malos parásitos que siempre se colocan cerca del que triunfa en la vida. Allí fue abandonado por esta persona que hasta allí le llevó, enfermó por una cirrosis atrófica y acabó volviendo a Nicaragua para morir allí en soledad de amor, lejos de su amada Francisca.

Corría el año 1916, pero tan sólo dos años antes, Rubén Darío escribía esta bella poesía, una más de las que dedicó a lo largo de esos años a su gran amor abulense:

A FRANCISCA

Francisca, tu has venido
en la hora segura:

la mañana es obscura
y esta caliente el nido.
Tu tienes el sentido
De la palabra pura,
Y tu alma te asegura
El amante marido.
Un marido y amante
Que, terrible y constante,
Será contigo dos.

Y que fuera contigo,
Como amante y amigo,
Al infierno o a Dios.

Francisca, es la alborada,
Y la aurora es azul:
El amor es inmenso
Y eres pequeña tu.
Mas en tu pobre urna
Cabe la eterna luz,
Que es de tu alma y la mía
Un diamante común.

La fuente dice:”Yo te he visto soñar.”
El árbol dice: “Yo te he visto pensar.”
Y aquel ruiseñor de los mis años
Repite lo del cuervo: “¡Jamás!”
Francisca, se suave
Es tu dulce deber:
Se para mi un ave
Que fuera una mujer.
Francisca, se una flor
Y mi vida perfuma,
Hecha toda de amor
Y de dolor y espuma.

Francisca, se un ungüento
Como mi pensamiento:
Francisca, se un flor
Cual mi sutil amor;
Francisca, se mujer,
Como se debe ser…
Saber amar y sentir
Y admirar como rezar…
Y la ciencia del vivir
Y la virtud de esperar.

Seguramente Dios te ha conducido
Para regar el árbol de mi fe;
Hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame…

Tras la muerte del poeta, Francisca Sánchez guardó en un baúl un archivo de más de 5.000 documentos, entre cartas -no sólo entre ellos, sino también de otros importantes escritores de la época con los que se cartearon-, objetos, cuadros, etc. Un archivo que estuvo muchos años en Navalsáuz, y que finalmente Francisca donó al Gobierno Español desinteresadamente, sólo a cambio de que le pagaran los estudios a su querida nieta, Rosa Villacastín. Rechazó importantes ofertas económicas llegadas de España y Latinomérica, y se decidió porque todo su archivo terminara en los archivos de la Universidad Complutense de Madrid. De este modo, Francisca terminó con un gran número de recuerdos de ese gran amor, pero mantuvo su historia de forma oral entre sus familiares y vecinos.

Francisca terminaría por casarse con un terrateniente de Villarejo del Valle, José Villacastín, con el que tuvo un hijo, que murió, y una hija, la madre de la ponente en esta conferencia con la que abrí el post, Rosa Villacastin. De Darío todo quedó en recuerdos, puesto que tuvieron tres hijos, dos de los cuales murieron poco después de nacer y un tercero que vivió toda su vida en Nicaragua y hoy ya está fallecido.

José Villacastín ayudó durante su vida a Francisca a recopilar la información sobre Rubén Darío en todo el mundo, que terminaría también en ese archivo que terminaría en manos gubernamentales y que finalmente no viajaría al país natal del escritor, Nicaragua, ni a otros países como Argentina, que también quisieron hacerse con tan preciado “tesoro”.

El 6 de agosto de 1963 fallecía a la edad de 84 años Francisca, pero con ella no se fue el recuerdo de esta mítica historia de amor, no sólo de Navalsáuz, de ese rincón de Gredos o de los abulenses, sino de nuestra historia y de la historia de la literatura.

 

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Un momento de la conferencia de Rosa Villacastín (en el centro), junto a las organizadoras del evento, María Ángeles Valencia, coordinadora; y Sonsoles Sánchez-Reyes, teniente de alcalde de Cultura.


Rubén Darío con traje de gala francés


Francisca Sánchez


Busto dedicado a Rubén Darío en Ávila, situado en el parque de El Rastro, con la mirada fija al horizonte del Valle Amblés


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