Por: Jorge Isaac Bautista Lara.

Rubén Darío (1867-1916) no es nuestro poeta local, es el poeta universal. Se ha llegado a creer, incorrectamente, que estaba entrando en una etapa de aridez y sequedad literaria, por lo mucho escrito sobre él y de él en diversidad de países, multitud de autores, y en tantas décadas de estudio. Pero el libro “Ultimo año de Rubén Darío” de Francisco Javier,  ha mostrado y demostrado con creces en más de 650 páginas, que aún falta leerle, estudiarle, escribir e investigar más de este inagotable ser de  creatividad que rayó en la genialidad; de “memoria superdotada” a como le califican sus estudiosos. En una versión distinta y anterior, pero igual de prodigiosa, a la del memorioso escritor argentino Jorge Luis Borge.

Darío existió en la misma época del mexicano Amado Nervo (1870-1919). Ambos murieron al llegar a los 49 años. Escritores, poetas, diplomáticos, escritores de periódicos, cronistas, lectores incansables, modernistas… Quienes compartieron casa y amistad en París; una profunda amistad, y la admiración de Nervo. De donde a Darío se le reconocería como el máximo representante del Modernismo; “Padre del Modernismo”. Tenido como  “Príncipe de las Letras Castellanas”. Ninguno de los títulos, ni comparaciones,  otorgados por gratuidad. Sino al calor del peso de las letras que esculpieron sus plumas de indio.

Francisco describe un tosco contexto en que le tocó vivir a Rubén Darío, el sublime poeta, que aun dentro de su fama habitó en uno de los peores escenarios en la Historia sumergido en el desarrollo de la I Guerra Mundial (1914-1918);  y los conflictos políticos propios de Centroamérica. Hechos que le obligaron a emigrar y regresar de Europa para Nicaragua. Su tormentoso estado de salud. Así el Hombre en su propia Historia. Y desde ahí le estudia, le humaniza, y le trata de entender en su proceder y decidir en ese momento. Como un ser de ideales de unidad Centroamericana; Unionista.

¿Y quién es Rubén? Las paradojas se cruzan, pero en todo momento lo claro es  su humanidad dentro de su genialidad; “no fue arrogante y tuvo el privilegio de la sencillez en la grandeza”. Era el diplomático “que disfrutaba el protocolo. El hombre impecable al vestir y educado al tratar”. Así como también era “el viajero frecuente y apasionado… elegante y elocuente… de celoso lenguaje hablado y escrito… cuidadosa apariencia”. De quien se llegó a decir que fue “un niño casi toda su vida”, pero al final siempre un hombre bueno y bien intencionado. De alma “franca y humilde”.

En su libro narra Javier, como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (16 años) logra estrechar la mano de Rubén. Este que luego obtendría el Premio Nobel de Literatura.

La lista de material bibliográfico y autores consultados es extensa; Francisco Arellano, Jorge Eduardo Arellano, José Jirón, Padre Bruno Martínez, Pablo Kraudy, Nilo Fabra, Carlos Martínez Rivas, Juan Varela, etc.

En el libro se redescubre una obra de Darío que ya otro Francisco había señalado como “original, creativa, prolija y universal” (Francisco Arellano Oviedo). Pero ese Rubén es también “desbocado en las pasiones de la carne, el sexo, la comida y las bebidas, que tantos agrados temporales le causaron y tanto daño duradero e irreversible provocaron en su vida privada, a su cuerpo y su ánimo, melancólico, temeroso y huraño”. Pero que era un “Trabajador incansable haciendo lo que le gustaba; lectura siempre, escritura constante, peregrino inagotable, observador, buscando la perfección de la idea y la forma para provocar sus pensamientos y emociones, para despertar en el lector universal la imaginación”.

Asumamos, sin posibles reservas, lo que dice este libro en una de sus partes cuando lo sintetiza a Rubén Darío, a la actualidad, en un ser que ha crecido al tamaño de un ser que; “Es historia y leyenda, realidad y mito, pasado y actualidad”. En una vida que tuvo “una secuencia de ausencias, pérdidas, dolores y duelos, muchos de ellos no superados ni olvidados… que concluyó en los padecimientos de su muerte”.

Al sentir la muerte, quiso regresar a Nicaragua, a su León. Así Darío “optó por volver a León, para quedarse según cuenta Santiago Argüello”, aludiendo a sus últimas frases y última voluntad: “quiero que mis despojos sean para Nicaragua, ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”.

Leer este libro, invita a visitar su tumba en la Catedral de León. Dos partes de una misma lectura. Casi un recorrer: vivir en las letras y sobre la calzada de la ciudad de León; el “Último año de Rubén Darío”. Un hombre que “encarnó una época” pero trascendió más allá de sus mismas circunstancias para ser aun hoy, un poeta totalmente vigente.

 

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