Foto: Rubén Darío y las nuevas teorías, obra de Carlos Midence.
Cortesía: Cortesia/END.

Por: Freddy Quezada.

Antes que caiga la “dariítis” sobre los hombros flacos de este país, donde las cosas y seres que aún no llevan su nombre, seguro se les denominará con él, deseo pagar mi tributo al César.

Se trata del texto de Carlos Midence “Rubén Darío y las nuevas teorías”, en su segunda edición y que viene acompañada de la novedad de un último capítulo, amplio y fecundo,  denominado “Rubén Darío: una estética libertaria y descolonizadora”. Digo bien, “opinión”, anclándola en el rango de la doxa que es donde pertenece este género en el que siempre me he sentido a gusto y cuyos significados siempre son del dominio público, incluyendo las que vienen de intérpretes autorizados como darianos, dariístas, dariólatras y dariólogos, todos rivales entre sí, por hacerse reconocer un señorío falso sobre un objeto de construcción hermenéutica colectiva que es, junto a Sandino, la base identitaria de este país y cuyo fundamento, para serlo, debe prescindir de todo aquel que los registre con espíritu de dueño, al servicio de un alegre modo de vida que les asegure alimento periódico y reputación segura.

Carlos Midence, cuya obra en su primera edición tuve el honor de prologar, en esta segunda ha contado con el privilegio de ser presentada por la Dra. María Amoretti Hurtado, catedrática emérita de la Universidad de Costa Rica.

El autor hace girar al Darío decolonial alrededor de la combinación de seis “sistemas de ideas”, como él lo llama. Debo decir que los seis sistemas están repartidos de un modo muy asimétrico, cobrando relieve para el autor, y respondiendo así a su intención de aplicarle el nuevo paradigma decolonial, el último aspecto, al que le destina el grueso de todas las páginas de este último capítulo. Acaso porque los cinco aspectos aludidos ya hayan sido tratados, casi por separado, por  emisores autorizados, encontrables en la taxonomía referida arriba que uno de ellos, caballero servidor de causas de alquiler, hizo de los demás, reservándose para sí, y otros tres, la escala superior, es que Carlos Midence le haya rehusado luz en beneficio del Darío propiamente descolonizador y libertario, como lo denomina. A él, pues, quiero  destinar el grueso de mis opiniones.

Adelanto algo para enmarcar mi juicio. La decolonialidad es una escuela fecunda que no ha terminado de extender sus alas por toda Nuestra América, donde es conocida de un modo desigual y, francamente, solo en ámbitos universitarios. Parte del principio que hay que anclar las lecturas del mundo de un modo descentrado, pluriversal y desde fundamentos epistémicos otros, en especial de comunidades originarias y afrodescendientes, no eurocéntricas y descolonizar nuestro pensamiento.

Este modelo se emplea también al mismo tiempo para abrirse espacio en otros campos. Dos de esos campos inexplorados,  han sido la estética y las redes sociales electrónicas. Del primero es que Carlos Midence se ha atrevido a ensayar con Darío, contando con pocos antecedentes entre los decoloniales mismos. Es un mérito de Carlos Midence esta aventura, aunque solo sea por el coraje de proponer otra mirada sobre Darío, para romper las canónicas y saturadoras en las que nos ha adocenado el despotismo de los especialistas y la tiranía de los intérpretes autorizados.

Veo tres riesgos, sin perjuicio de otros, en este último capítulo de la obra de Midence:

a) El teleológico

En esta perspectiva, Rubén Darío corre el riesgo de parecer un profeta y la tentación de juzgar los hechos desde el ángulo de los fines, donde Midence con la ventaja y confidencia de un porvenir que es su presente, confirma lo que desde el pasado, pronosticó el poeta. “Darío se cuestiona la colonialidad en todas sus formas: poder, saber, ser, ver, estar, y propone un dispositivo, tanto de enunciación como de liberación, como será su proyecto estético” (Midence, 2015: 166). Una cosa se sostiene con la otra.

b) El libertador

El riesgo teleológico anterior se oculta detrás de una línea de tiempo acumulativa, lineal o espirálica, que procede por rupturas y desplazamientos de áreas emancipatorias. Y aquí, el segundo riesgo de presentar a un Rubén Darío sustituyendo los fracasos emancipatorios de los metarrelatos modernos, por el área estética y lingüística que vendría a ser más eficaz desde el espacio, ahora decolonial, por ser último reducto de lucha, transformando las virtudes prometeicas de las áreas políticas en el tiempo por las estéticas desde los espacios colonizados, pero dejando intacto, en ambos casos, el papel liberador. “Digamos que su estética que a la vez es un renglón epistémico aborda: la cuestión del subalterno, del olvidado: negro, indígena, oriente, y su incidencia en los discursos centrales, la construcción de la diferencia y el mestizaje” (íbid: 136). Lo que no pudieron cumplir los filósofos y políticos, lo podrán efectuar los artistas y aquellos pensadores que hicieron del lenguaje su casa de habitación.

c) El hologramático

Una verdad teleológica acumulativa y una liberación sin cuestionamientos, como expresé en los acápites anteriores, para significarse y romper su sentido, a la vez que recuperarlo, tienen que ser literalmente arrastradas por un principio que niegue el tiempo en aquel, al recogerse en uno solo, y deshaga toda ilusión emancipatoria en esta, al no situar a un enemigo fuera de uno y dotar a todas las diferencias, sin enemigos. En esta parte, Midence es muy fecundo y pareciera estrategia discursiva que se abandonara en los dos aspectos anteriores solo para recuperar los extravíos y devolverles su pertinencia y creatividad bajo las hibrideces de sus tejidos. “Hablamos de la estética de la multiplicidad conectada, articulada, en constante composición, descomposición y recomposición.

Es la estética de los colores, de los espesores,  de las formas entrelazadas, de los contenidos inter-penetrados” (íbid: 132). Rubén Darío es todo, como cualquiera de nosotros, con una combinación desigual de las partes de las que gozamos y sufrimos y estamos compuestos. La combinación asimétrica que se hace cada uno del mundo es una creación, y ahí todos somos iguales en la diferencia, aún en los casos que se ignoren, lo que iguala al sabio con el ignorante, reunidos en el común de las personas. En Darío esa combinación llegó a ser muy compleja, como la vio Valera, pero ya todos viajamos en ella, como él, en nuestro papel de receptores insignificantes, ya viaja en nosotros.

 

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