Por: Francisco Bautista Lara.

Gracias a la inicial y acuciosa observación del prolífero y apreciado académico Jorge Eduardo Arellano, quien se refirió al cartel que yace al frente de las ruinas de la Catedral y que se visualiza desde la plaza, observé, en una reciente visita al Palacio de la Cultura, dos cuestiones adicionales que comparto.

Fue después de un agradable paseo por la avenida de Bolívar a Chávez, –invito a recorrerla–, un entorno que recupera la vista al lago, que junto al Parque Central (1899), el monumento a Darío (1933), las plazas de la Revolución y Juan Pablo II, el teatro Rubén Darío (1969) –mayor reconocimiento arquitectónico en Hispanoamérica dedicado al poeta–, el Palacio de la Cultura (1940), la vieja Catedral (1938), la Casa de los Pueblos (1999), el puerto Salvador Allende y el paseo Xolotlán, constituyen un conjunto de espacios acogedores que rescatan la identidad urbana y nacional. Managua es, con la ciudad de Guatemala –salvó de la oscuridad e inseguridad su 6ª Avenida (peatonal) y lugares aledaños–, dos capitales centroamericanas que han rescatado parte del centro histórico, a pesar de que el de Managua es irrecuperable, quedó sepultado en 1972.

Arellano me mostró el error en el inmenso rótulo del frontispicio superior de las ruinas del principal templo católico de Managua, desde el este ve hacia la plaza de la Revolución. Dice en mayúsculas: “SI LA PATRIA ES PEQUEÑA, UNO GRANDE LA SUEÑA”.

 

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