Por: Fabian.

Tratar un tema en una bitácora es diferente a hacerlo en otros medios. No hay prisa, se pueden utilizar diversidad de recursos; en caso de haberse hecho un plan, éste se puede romper sin ninguna preocupación. Es diferente. Además, pienso, con la facilidad que tiene la autoedición de libros digitales, se puede realizar un libro que recoja, en el caso de estos días, no sólo la obra del poeta, sino también de aquellos artículos de periódicos, revistas, etc. que lo tratan; una especie de libro documental.

En 1967 se conmemoró el cincuentenario de la muerte de Rubén Darío. Alguna revista publicó un monográfico y algún periódico recordó su figura, tal es el caso de La Vanguardia de Barcelona, que el día 19 enero 1967, publica en su página 48 tres escritos sobre Rubén. Transcribo el de Concha Alós (1926 – 2011), aunque antes recojo una anécdota del artículo publicado por PV.S.-J.:

Algo repuesto de su dolencia, el general Mitre lo manda a España [a Rubén Darío] como corresponsal a raíz de la pérdida de las colonias y el 22 de diciembre de 1898 desembarca en Barcelona donde a poco es íntimo amigo de Santiago Rusiñol y de Pompeyo Gener entre otros muchos bohemios de nombradía. A Rusiñol en un banquete que se celebra en su honor le dice:

Gloria al gran catalán que hizo a la luz sumisa
—jardinero de ideal, jardinero de sol—
¡Y al pincel y a la pluma, y a la barba y a la risa
conque nos hace alegre la vida Rusiñol!

Con Pompeyo Gener no es tan poético. Paseando por las ramblas le dice un día «Oye Peyus. Quiero ir a Mallorca y no tengo dinero.. Si te giro una letra ¿la pagarás?» Pompeyo Gener muy serio le contesta: Desde luego. No siendo superior a dos pesetas, la pagaré con mucho gusto.»

No fue en esa ocasión cuando Rubén Darío vino a Mallorca por vez primera, sino varios años después, en 1906.

 

Concha Alós: Rubén Darío en Barcelona y Mallorca

Rubén Darío, el apasionado trotamundos, camina, vuela y navega por toda una variada geografía de ríos avasalladores y largos, de enredadas selvas y frías cordilleras, como si anduviese siguiendo el rastro de un imperio de indios dorados desaparecido a impulso de la furia codiciosa, también idealista, de unos aventureros. Viene después a Europa, mariposeando cargos y oficios, alternando tiempos de esplendor con días de miseria, conociendo mujeres, cultivando amigos. De Europa pasa a España y por fin, a orillas del mar latino planta, temporalmente, en Cataluña y Mallorca, sus tiendas de nómada ansioso y nostálgico.

Recordarle en el cincuentenario de su muerte, y en el de la celebración del centenario de su nacimiento es, en nuestro país, que él amó, no sólo una devoción, sino hasta un deber.

El padre Batllori nos recalca, en un estudio sobre Darío, la poca compenetración lírica que existió entre él y Cataluña. Su obra sobre Barcelona es pequeña, casi nula. Unos escritos bellos y coloristas que captan de una forma impresionista la época, aquel revuelto fin de siglo barcelonés, con su agitación social y la pujanza artística del modernismo. Escritos carentes por completo de sentido crítico, que coloca en sus libros “España contemporánea” y “Tierras solares”. Y eso que Barcelona le gusta. En 1913 —era la segunda estancia del poeta en nuestra ciudad— escribe una carta a Julio Piquet, donde le dice: “¡Ah!, si pudiera vivir en esta admirable Barcelona”. Sagarra nos relata cómo leyó Darío en el Ateneo “El canto a la Argentina”: “Mai, ni el millor actor ni el millor rapsoda d’aquest món, no m’han arribat, ni de lluny, a conmoure com la recitado de Rubén Darío, tan plena d’ombres i de fluiditats que semblava que llegís versos des del fons de l’aigua”.

En la primavera de 1914 encuentra una torre cerca del Tibidabo, en la que se instala, y escribe, también a Piquet, su más íntimo amigo: “Torre ideal, cerca del Tibidabo: jardín y huerto a un lado; tranvía cerca; baño, luz eléctrica, timbres, la mar de piezas, todo amueblado, todo listo; piano… ¡dieciocho duros al mes! Yo no me muevo de aquí. Pagué tres meses. Me exigen, para dentro de otros tres, el resto del año. Y ya veré cómo lo arreglo, porque he aquí lo que yo necesitaba: esta soledad sana, con sol, y frutos, y flores, y pájaros, y… sólo viéndolo se cree…”. Pero poco después, impelido por el terror que le produce la recién declarada guerra europea, parte, sin un céntimo, para América y no vuelve más.

En momentos de depresión y a la nerviosa búsqueda de paz, Rubén Darío atraviesa dos veces la longitud marina que hay desde Barcelona a Palma. Y es curioso que el solo hecho de navegar unas horas por el Mediterráneo, virando el cabo de Cala Figuera y penetrando en la bahía, provoque toda su inspiración lírica:

“Quietud, quietud… Ya la ciudad de oro
ha entrado en el misterio de la tarde.
La catedral es un gran relicario.
La bahía unifica sus cristales
en un azul de arcaicas mayúsculas
de los antifonarios y misales…”

Se trata, tal vez, de la misteriosa compenetración del artista y la tierra. El padre Batllori la atribuye al clima intelectual y artístico que en tiempo de las dos visitas del poeta imperaban en la isla. El año 1906 es el de las “Horacianes”, de Costa y Llobera. Mallorca ha encontrado su propio y particular camino literario. Un plantel de mallorquines admirables ejercen su influjo en la isla: Gabriel Alomar, Miquel de los Santos Oliver, Costa y Llobera… Juan Alcover ha abandonado el castellano como medio de expresión y está en su mejor momento poético. Es en uno de sus primeros poemas catalanes, “L’hoste”, en el que nos describe a Darío:

“Ha arribat un home intensament pál.lid,
que la dolça lira punteja per joc;
a terra rivernenca porta un alè càlid,
porta un alè jove del país del foc”…

Y como huésped, acogido cordialmente, vive Rubén en Mallorca. Juan Sureda Bimet y su mujer Pilar Montaner, la pintora de viejos olivos, lo acogen en su residencia junto a la Cartuja, el antiguo palacio del rey Sancho, y allí lo acompañan y cuidan en sus crisis. Es también allí donde a consecuencia de uno de sus más graves ataques de riñon los médicos le prohíben totalmente la bebida. El matrimonio Sureda cerca al poeta en una estrecha vigilancia impidiéndole que beba algo que no sea agua, pero Darío aprovecha un descuido y corre a la farmacia, donde compra una botella de vino quinado que se traga sin respirar. Como este chisme, hay muchos.

La estancia del poeta se recuerda en parte por noticias sobre borracheras y juergas. Y anécdotas de sus coqueteos con la teología y la fe. Un día se probó un hábito franciscano destinado a servir de mortaja un hábito blanco que de la Grande-Chartreuse se había traído su amigo Sureda y, en aquellos momentos pensó que había equivocado todos sus caminos y que su destino más feliz hubiera sido hacerse cartujo.

Todo un rastro de brillantes y tristes anécdotas y una obra literaria efectiva y de muchos quilates ha sido la huella que ha dejado Rubén Darío de su estancia en Mallorca: un importante fajo de poesías y otros escritos, entre los que se cuenta su novela “La isla de oro” y su colección de prosas “El oro de Mallorca”.

A él le gustaba jugar con la palabra oro. El oro, el cristal, la pedrería. Su poesía sobre Mallorca es esto y mucho más: espíritu, música. También, deslumbramiento ante las puestas de sol isleñas, ante el verdor de los pinos sobre las graciosas colinas que rodean las calas o que envuelven Bellver. Otras veces maneja una descripción viva de las gentes y cosas que le acompañan, como en la irónica “Epístola” a la señora de Lugones o la descripción del baile de boleros Y en alguna ocasión se dispara con un canto excitado y musical como una sublime melopea:

“Aquí, junto al mar latino,
digo la verdad:
siento en roca, aceite y vino
yo mi antigüedad.”

(En “La Vanguardia”, 19 enero 1967)

Supongo que Miguel de los Santos Oliver y otros escritores publicaron algún artículo sobre Rubén Darío. A ver si encuentro alguno.

LEER EL ARTÍCULO COMPLETO | Fuente: Alta mar enlace


Entrevista de Raphel Pherrer a doña Emilia Sureda Montaner, hija de Juan Sureda i Bimet y Pilar Montaner Maturana.
Habla sobre Rubén Darío y Unamuno en Valldemosa. Grabación de 1989.
Cortesía: Patricia Veiret (23/Abril/2011)

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