Por: Fabian.

De toda mi vida he sabido que el poeta Rubén Darío estuvo en Mallorca. Hace ya muchos años, su estatua estaba en medio del paso central en el Paseo de Sagrera, y, ya también hace bastantes años, fue trasladada unos metros, quedando cara al mar, con la muralla a su espalda, junto a la entrada a la plaza de las Atarazanas. ¿Estuvo alguna vez esa estatua cubierta de hiedra? Vago recuerdo. Sí, Rubén Darío estuvo en Mallorca.

En alguna ocasión vi también en Valldemossa otra estatua a él dedicada, por lo que supuse que allí había estado. Alcohólico, resonó alguna voz en ese jardín del Palacio del Rey Sancho. No hace muchos años, su nombre salió cuando iban a derribar una casa en El Terreno. Allí había pasado algún tiempo. Y eso es casi todo. En la exposición de Pilar Muntaner en Can Bordils, alguna noticia había sobre él, ya que siendo su marido, Juan Sureda, el propietario del Palacio de Valldemossa, el poeta allí alojado se había vestido con un hábito de cartujo que Juan había comprado para que le sirviera de mortaja.

Espíritus del pasado que van tomando forma en alguna escultura, en alguna casa, pero que sólo son eso, un espíritu sin forma. ¿Por qué nunca me pregunté qué había hecho el nicaragüense en esta isla, a qué vino? Algunos poemas suyos, aquellos tan escolares de “Marcha triunfal” o “La princesa está triste” o la estrofa de “Juventud, divino tesoro”, me eran conocidos y daba por hecho de que su estancia en Mallorca habían sido como unas vacaciones. Unamuno dijo que esos versos que se suelen citar de Darío eran “guitarradas” («Le aconsejaban —a Darío— las eternas e íntimas inquietudes del espíritu y ellas le inspiraron sus más profundos, sus más íntimos poemas. No esas guitarradas que se suele citar cuando de su poesía se habla, eso de «la princesa está triste».., o lo «del ala leve del leve abanico», que no pasan de cosquilleos a una frivola sensualidad acústica…» )

Esa escultura de Rubén Darío en Sagrera, ¿no es la más vista, la más céntrica, la de mayor presencia de Palma? Yo estuve, muy de niño, en la casa del Terreno donde él pasó unos días. Tenía un gran porche delate, una torre, y atrás el bosque de Bellver. La calle: Dos de Mayo. Quizás, debido a la altura del lugar, en algún tiempo desde ella se viera la ciudad, “ciudad de oro” la llama Rubén, ciudad que “junta alientos de flores y de sales”. ¿Verdad que es hermosa esta definición para Palma?

Quietud, quietud… Ya la ciudad de oro
ha entrado en el misterio de la tarde,
La catedral es un gran relicario.
La bahía unifica sus cristales
en un azul de arcaicas mayúsculas
de los antifonarios y misales.
Las barcas pescadoras estilizan
el blancor de sus velas, triangulares
y como un eco que dijera «Ulises»
junta alientos de flores y de sales

Rubén Darío: Vesper

¿Por qué, pese a la céntrica escultura de Rubén Darío en Sagrera, su obra relacionada con Mallorca, que, pese a que sus estancias en la isla (¿dos, tres?) fueran cortas, nos es tan desconocida? Sus poemas sobre la isla están muy esparcidos; nadie los ha recogido y unido. Ahora son de Dominio Público y convendría reunirlos, agruparlos, así como su obra en prosa (¿una o dos novelas inacabadas?)

Y esta claridad latina
¿de qué me sirvió
a la entrada de la mina
del yo y el no yo?

De las estancias de Rubén Darío en Mallorca (1906, 1907 y 1913), quizás la más conocida fuera la última, en que ya dolido, alcohólico y sufriente poeta llega a Valldemosa en busca de algo que le calme. La guerra se cierne por la Europa que transitaba. Busca el alcohol como un placer momentáneo que le haga olvidar su tormento. Consigue pasar unos días sin beber y recae. Esconde una botella de un licor farmacéutico. Morirá pocos meses después, en 1916, tras haber regresado a su amada Nicaragua. Viste, en Valldemossa el hábito cartujo. Pide a alguien que había entrado en su alcoba que cierre la puerta, la luz luminosa le hiere. Se encuentra en “la mina del yo y del no yo”. Intempestivamente, el 26 de diciembre de 1913, se embarca hacia Barcelona:

El 26 de diciembre de 1913 abandona su apacible refugio con dirección a Barcelona. Juan Sureda escribe desde Valldemosa, el día de la Epifanía de 1914, a un amigo: «Llegó Rubén muy neurasténico. Sólo en enfermedades graves que pudiera tener pensaba. Fue serenándose. Escribió. Corrimos la isla». En una visita que el 7 de noviembre hicimos a Pollensa…, «Rubén cenó con otro amigo y bebió en exceso vino, y después aguardiente». A la noche siguiente, después de un hermoso paseo en barca, «se entregó de nuevo al alcohol. Como una cuba me lo volví a Valldemosa… Es mi casa, señor, un hogar cristiano. Es esta isla de costumbres morigeradas… Gracias a Dios tengo una mujer en el servicio desde hace cuarenta años. Nos quiere con delirio. Es hermana de leche de mi mujer. Se llama. Francina. Esta se constituyó en enfermera de Rubén. Dejó éste de nuevo el alcohol. Volvía a una buena vida. Escribió prosa y versos. De éstos, unos titulados “La Cartuja”, que quizá es lo mejor que ha escrito. De forma impecable. Vino Navidad. Andaba ya algunos días alborotado …Y el día de Navidad empezó a beber ron de una botella que él mismo compró y escondió en su cuarto. El 26 de diciembre me intimó su marcha a Barcelona». Antes de embarcarse en Palma, se perdió de casa y un médico de la ciudad tuvo que recogerle de la calle. Sureda lo embarcó avisando al cónsul dominicano en Barcelona para que lo recibiese y lo instalara en la casa de su amigo el ex presidente Zelaya. Llegado a Barcelona, durante un mes no bebe. Y escribe diáfanamente.

Carlos D. Hamilton: Rubén Darío en la isla de oro

 

Aquí, junto al mar latino,
digo la verdad:
siento en roca, aceite y vino,
yo mi antigüedad.

¡Oh, qué anciano soy, Dios santo,
oh, qué anciano soy!…
¿De dónde viene mi canto?
Y yo, ¿adónde voy?

El conocerme a mí mismo
ya me va costando
muchos momentos de abismo
y el cómo y el cuándo…

Y esta claridad latina,
¿de qué me sirvió
a la entrada de la mina
del yo y el no yo?…

 

Nefelibata contento,
creo interpretar
las confidencias del viento,
la tierra y el mar…

Unas vagas confidencias
del ser y el no ser,
y fragmentos de conciencias
de ahora y de ayer.

Como en medio de un desierto
me puse a clamar;
y miré el sol como un muerto
y me eché a llorar.

Rubén Darío, octubre de 1907

Eheu!

 

“En busca de Rubén Darío en Mallorca” he titulado esta entrada. A esa silueta del busto en el Paseo de Sagrera me gustaría darle forma, que dejara de ser para mí un espíritu desconocido al ir recogiendo sus poemas, escritos y noticias suyas. Poco a poco lo haré, sabiendo que ya no es el Rubén Darío vibrante, sonoro, sino el poeta que declina, hombre herido y atormentado que se enfrenta al sol rojo del ocaso.

 

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