Por: Editorial Tariyata.

“y entonces… ¡llegó Rubén!”
Charles de Soussens, poeta suizo y cronista de Buenos Aires.

 

El Aue´s Séller fue un famoso local de la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre), ubicado en el número 650. En él se mezclaban la ética cervecera alemana con el espíritu de los cafés porteños. Fue fundado por un tal Karl Aue, en 1882, poco antes del apogeo nocturno de la Ciudad de Buenos Aires (1890-1910). El Séller testificó, junto a la confitería Luzio hermanos (el famoso Bier convent que tenía salones reservados para las reuniones de amigos bohemios), la Suiza de Eduardo Monti (Esquina San Martín y Piedad) y otros tantos tugurios porteños, las famosas tertulias de la época. La bohemia que el siglo XX idealizó.
La noche era tan populosa, que en una propaganda de la confitería Luzio aparecía la siguiente cuarteta: 

¡Pucha! Que afán por dentrar, / 
señores, no atropellarse! / 
¿Para qué tanto apurarse / 
si mangia no ha de faltar?»

 

Pero la Bohemia es sobretodo un juego de luces y sombras, de pobrezas y polifonías en un contexto heterogéneo y amorfo, así fue ese puerto de migrantes, ese Buenos Aires de principios de siglo que conociera Darío. Como  cualquier sociedad plural por la masiva inmigración, los oficios fueron diversos. Cada hombre desembarcaba con su cultura a cuestas y el linaje de sus antepasados, para muestra estas bellísimas fotos del AGN argentino que revelan la diversidad de rostros, oficios e identidades.
Esa miseria urbana idealizada que tuvo mucho prestigio, enmarcó los cenáculos intelectuales de la época donde convivían lo mismo poderosos patricios que periodistas, artistas desplazados y muchos poetas…

 

Entre los poetas de aquella “época cuasi épica” el gran Leopoldo Lugones, admirado por Borges; Leopoldo Díaz y Eugenio Díaz Romero; Carlos Ortiz, Martín Goycoechea Menéndez, Carlos Becú, Matías Behet y Diego Fernández Espiro. Entre los prosistas Angel de Estrada -que también fue poeta-, Enrique Larreta, Alberto Ghiraldo y Manuel Ugarte. La mayoría eran locales pero otros eran fuereños, como Antonio Lamberti, Ricardo Jaimes Freyre (nacido en Bolivia aunque publicó casi toda su obra en Argentina) y Darío el “primer gran poeta exquisito de nuestro idioma”, según Rodó.

 

Rodó no fue el único que apreció la poesía del nicaragüense recién llegado al sur. Todos querían escribir como Rubén, cultos y plebeyos. De hecho las referencias a poemas de Darío en las letras del tango y la milonga abundan. Citaré algunos como Sólo se quiere una vez de Carlos Flores: “no quise creer que fueras la misma de antes la rubia de la tienda” o  la parafrasis que hace Guerino Filipotto de los versos darianos en la Parisienne: “Mi novia más querida cuando estudiante que incrédula”.

 

Su poema Canción de otoño en primavera, reaparece como cita textual en un tango grabado por Gardel: “Juventud, divino tesoro te fuiste para no volver cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer” y enPerfume de mujer de Armando Tagini: “Yo soy aquel que lució, como blasón, su moño volador y que cenó en sus noches de infortunio con pan de plenilunio y vino de ilusión”. Rubén también aparece en la letra de La novia ausente de Cadícamo, también grabada por Gardel, con apelación al poema Sonatina: “al raro conjuro de noche y reseda…y tú me pedías que te recitara esta sonatina que soñó Rubén”.
Del mismo Enrique Cadícamo, el tango intítulado De todo te olvidas: “De un tiempo a esta parte, muchacha, te noto más pálida y triste. Decí: ¿qué tenés? Tu carita tiene el blancor del loto y yo, francamente, chiquita, no sé…¿Qué pena te embarga? ¿Por qué ya no ríes con ese derroche de plata y cristal? Tu boquita. donde sangraron rubíes, hoy muestra una mueca, trasuntando un mal”.

 

Fue en este ambiente de inmigrantes, arrabales y conventillos; entre cervezas, cafés, payadores y un aire de disconformismo político y estético, que se fraguó buena parte del modernismo americano; seguramente se hicieron los arreglos pertinentes para la publicación de ‘Prosas Profanas‘. Recordemos que en aquel entonces Darío trabajaba como periodista en el periódico La Nación y que seguramente en medio de complicidades nocturnas se intercambiaron versos Darío y Antonio Lamberti.
 
Quizás se complementaban pues Lamberti más que un poeta, uruguayo residente en argentina, fue un bohemio verdadero; de esos que gallardeaba en los cafés su afición al canto alterno, al canto payador.

 

Amaba también el tango y era como tantos otros escritores de la época un asiduo a la vida nocturna porteña. Ahí, entre cervezas y café, cuál poeta callejero, fundaba sus afectos que repartía en forma de versos. Desempeñó muchos oficios y tentó la fortuna de mil y un formas, dicen que pocas veces salió airoso. Poeta, marino (como su padre), funcionario e inventor, fue también un fabulador que vendía elixires milagrosos, como la famosa “Infusión argentina”, esa que se anunciaba como un infalible remedio contra la calvicie.

 

Los dejo con un poema de Darío a su amigo Lamberti.

 

A A Lamberti
Antonino Lamberti (1845-1926)

 

LA PÁGINA BLANCA

Mis ojos miraban en hora de ensueños
la página blanca.
Y vino el desfile de ensueños y sombras.
Y fueron mujeres de rostros de estatua,
mujeres de rostros de estatuas de mármol,
¡tan tristes, tan dulces, tan suaves, tan pálidas!Y fueron visiones de extraños poemas,
de extraños poemas de besos y lágrimas,
¡de historias que dejan en crueles instantes
las testas viriles cubiertas de canas!¡Qué cascos de nieve que pone la suerte!
¡Qué arrugas precoces cincela en la cara!
¡Y cómo se quiere que vayan ligeros
los tardos camellos de la caravana!Los tardos camellos
-como las figuras en un panorama-,
cual si fuese un desierto de hielo,
atraviesan la página blanca.

Éste lleva
una carga
de dolores y angustias antiguas,
angustias de pueblos, dolores de razas;
¡dolores y angustias que sufren los Cristos
que vienen al mundo de víctimas trágicas!

Otro lleva
en la espalda
el cofre de ensueños, de perlas y oro,
que conduce la reina de Saba.

Otro lleva
una caja
en que va, dolorosa difunta,
como un muerto lirio la pobre Esperanza.

Y camina sobre un dromedario.
la Pálida,
la vestida de ropas obscuras,
la Reina invencible, la bella inviolada:
la Muerte.

Y el hombre,
a quien duras visiones asaltan,
el que encuentra en los astros del cielo
prodigios que abruman y signos que espantan,
mira al dromedario
de la caravana
como el mensajero que la luz conduce,
¡en el vago desierto que forma

la página blanca!

PROSAS PROFANAS
Rubén Darío

 

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