Por: Francisco Bautista Lara.

El domingo 13 de febrero de 1916, los restos de Rubén Darío se quedaron en la Catedral de León, después de siete días de ceremonias en donde nicaragüenses y extranjeros se volcaron para decir adiós al querido poeta. La muerte lo acogió en su hogar. Las estimaciones conservadoras afirman que a sus funerales asistieron cinco mil personas, otros que fueron veinte mil. Si aceptamos la media de doce mil quinientos, en aquel tiempo, cuando la población de Nicaragua no llegaba a 600 mil habitantes fue el 2%; al extrapolar con el presente –sin facilidad de comunicación y transporte–, serán 120 mil personas. No visto antes, ni después en un funeral. ¡Impresionante! ¡Darío nos une!
En 1914, antes de la Primer Guerra Mundial, previo a emprender su viaje sin retorno por Barcelona, Nueva York, Guatemala, hasta Nicaragua, el escritor y amigo salvadoreño Arturo Ambrogi (1875-1936) lo visitó en París.

La crónica “Recordando días de vida parisiense. Una visita a Rubén Darío”, publicada en “Actualidades” (San Salvador, septiembre 1915), relata las impresiones de Ambrogi, precursor del modernismo en América Latina:
“… había sido para mí, durante mi permanencia en Buenos Aires, en 1898,… como un hermano mayor; y el cariño y la gratitud hacia el querido maestro, perduraban a través de los años… Enrique Gómez Carrillo me ha dicho… que Rubén estaba muy enfermo y que se había marchado a Palma de Mallorca,… ¿Qué efecto habrán producido en él los dieciséis años corridos desde el día en que, en una de las dársenas de Buenos Aires, en unión de otros buenos e inolvidables amigos, fuera a darme el benévolo abrazo de despedida?… Dicen unos que está muy viejo; otros, que está calvo, gordo,… hablan de enfermedades propias de la senilidad…”.

 

Cortesía: El Nuevo Diario de Nicaragua