Por: El Nuevo Diario.

En vida, Rubén Darío fue retratado por algunos amigos pintores. Pero la cantidad de piezas conservadas resulta escasa. Yo conozco, al menos, diez. Uno de los más antiguos corresponde a un retrato caricaturesco, casi esperpéntico, en el café “La Brasileña” (Buenos Aires, 1894); acompañan a Darío, sentado con él, Francisco Deffoleppis, José de Maturana y Alberto Ghiraldo. Se desconoce su autor. La ex agregada cultural de la Embajada de Nicaragua en Argentina, Coralia Vidaurre, tuvo la gentileza de remitirlo al Instituto Nicaragüense de Cultura en 1994. Se publicó como cubierta del Boletín de la Dirección General de Bibliotecas, Hemeroteca y Archivos (núm. 4, enero, 1995).

También de factura bonaerense fue una cabeza de Darío a tinta, ejecutada por el argentino Eduardo Schiaffino (Buenos Aires, 1858-idem, 1935), discípulo de Puvis de Chavannes en París y fundador-director del Museo de Bellas Artes de la capital argentina, entre 1895 y 1910.

Esta cabeza —un dibujo finísimo— ilustró la cubierta de Los Raros (1896). El cabello es oscuro, ondeado, desde la frente abierta; los ojos vivaces, de ángulo todavía juvenil —el poeta frisaba en los 29 años— que casi vuela; los bigotes abundosos al uso, la barbilla en punta; el corbatín que se adivina, mancha o lazo. Hombros en cruz, o en guillotina. He divulgado muchas veces este retrato. La última en mi edición, con Pablo Kraudy, de los Escritos Políticos (Managua, Banco Central de Nicaragua, 2010).

Schiaffino, quien además fue crítico e historiador del arte, mantuvo una relación estrecha con Rubén. Ambos encabezaron a una serie de escritores y pintores que intentó reivindicar un espacio vital y material para el arte en medio de la modernización vivida por Buenos Aires al final del siglo XIX. Alfonso García Morales ha reconstruido esa relación y, de paso, descubrió otro dibujo del líder modernista con patas de chivo, trazada por Schiaffino en la invitación a una comida. El artista argentino también elaboró un conocido retrato de Darío, inserto en la biografía de Ricardo Ledesma: Genio y figura de Rubén Darío (1964).

Un quinto retrato del gran poeta, ya de 30 años, aparece en la Antología de Poesía Hispanoamericana (Barcelona, Simón, 1897). La firma del autor es ilegible, pero el retrato —enmarcado en el círculo superior del cuadro— presenta a un delgado joven de patillas y bigotes negros, vestido de traje y corbata. Flores lo circundan y, a su izquierda, la figura de un pintor semicalvo con un pincel en la mano derecha y con la zurda sosteniendo la paleta. Lo reprodujo Ignacio Zuleta (perdón la rima) en su edición crítica de Prosas profanas y otros poemas (Madrid, Clásicos Castalia, 1987).

El sexto es un óleo pintado por Tomás J. Leal da Cámara (1876-1948), caricaturista y pintor de nacionalidad portuguesa e hijo de hindú, exiliado en Madrid de 1898 a 1900. Allí conoció a Darío y en 1902, en París, le hizo el retrato más deformante: un rostro en semiperfil y simplificado rasgo naturalista del aspecto físico del nicaragüense. Al filo de la caricatura, el retrato capta la identidad mestiza del poeta que luce reluciente sombrero de copa, cubriendo un cráneo de encrespado pelo castaño que cae sobre la frente hasta las líneas de las cejas. “Carnosas orejas y una achatada gran nariz, la cara de Darío, de prominente mandíbula, con abultados mofletes, la define un bigote lacio y una espesa barba con tupido mentón a lo chivo”, describe el retrato Juan Manuel Gonzalo Martel. Se conserva en la Casa Museu del artista en la localidad de Rinchoa, Portugal. Lo ha rescatado Gonzalo Martel en el volumen 40 de Anales de Literatura Hispanoamericana (2011).

El séptimo fue otro óleo que el mexicano, nacido en Sevilla, Juan Téllez (1879-1915), pintó a Darío en París, 1907, con boina de estudiante del Barrio Latino. Al poeta le agradó, de acuerdo con carta que dirigió a Téllez, fechada el 17 de junio de 1908: “El retrato que usted me hizo me gusta mucho, como a todos los que lo ven, apartando el defecto de las manos”, un poco gruesas o regordetas. En su cuadro, Téllez evoca el “Erasmo” de Holbein, pese a no estar retratado de perfil. Este retrato lo colgó Rubén en la delegación diplomática de Nicaragua en Madrid y se conserva en el Archivo Rubén Darío de la misma capital española. Figura en la contracubierta del Repertorio dariano 2010.

El octavo y el noveno se han divulgado mucho. Hablo de los retratos ejecutados por Daniel Vázquez Díaz (Nerva, Huelva, 1882-Madrid, 1969), a quien Darío había conocido en 1907. El primero, de 1910, es una cabeza a lápiz —con gran boina— destinada a la vasta colección iconográfica “Hombres de mi tiempo”. Titulado “Darío en hábito de cartujo”, el segundo data de 1913 y se le valora como “pieza de convicción del mejor Vázquez Díaz y una de las pruebas eternas de salud de la pintura española novecentista”, en palabras del crítico José Antonio Gaya Nuño. La evocación del greco y la presencia escultural Bourdelle se advierten en este altivo Rubén de pie, en cuyo rostro se distinguen las razas del mundo y sus colores: blanco, negro, cobrizo y amarillo.

Finalmente, el décimo retrato tiene de autora a la catalana Pilar Montaner (1876-1961). Su elaboración es de octubre, 1914, y producto de la segunda estadía de Darío en Mallorca. Julio Santamaría refiere otro cuadro que tenía proyectado Montaner, pero no llegó a materializar; solamente pudo trazar un boceto: la figura de Rubén salía del tronco de un monstruoso olivo, llevando en la mano un rosario, con un fondo negro de misteriosa noche. Antonio Oliver Belmás lo incluyó en uno de sus libros e ilustra la cubierta de la tesis de Ignacio Campos (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2011).

 

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