Ondas y Nubes

A Eduardo Poirier.

 

I

 

He aquí que en la noche callada,
sentado en la popa del raudo navío,
cielo y mar contemplando tan solo
lancé sin quererlo del pecho un suspiro.
 
   Y lloré. Refrescaban mi frente
los húmedos soplos del viento marino.
Yo miraba la nube y la onda,
hermanas gemelas, hijas del abismo.
 
   Y la onda gemía; y la nube,
bajel misterioso del hondo infinito,
inspiraba tristeza a mi alma
tornándose pálido de la luna el brillo.
 
   Allá lejos mi hogar; allá lejos,
tras el horizonte, ya oculto, perdido…
¡Ay!, no sé qué sentía: un quemante
fuego en la cabeza, y en el alma frío.
 
   Lo que sienten las aves viajeras
que dejan su bosque, su rama, su nido;
lo que sienten las almas, y luego
la boca no puede, no puede decirlo.
 
   ¡Ah! Yo alcé mis pupilas a lo alto:
las constelaciones cual diamantes fijos
en el límpido azul de los cielos
movían sus áureos, tremulantes hilos.
 
   Mientras tanto, una niebla flotante
vagaba a los soplos del ambiente tibio;
y seguía, en el cielo y el golfo,
la nube su vuelo, la onda su gemido.
 
   De pronto, entre el cielo y el hondo océano,
surgió de las ondas, con manto de nieblas,
un hada que al ruido del agua y la espuma
me dijo muy quedo: «No llores, poeta».
 
   Sus labios hablaban divino idioma,
sus ojos brillaban con lumbre de estrella;
su voz era el eco melifluo de un arpa,
y como el sollozo, de apacible y trémula.
 
   –¡Oh, pálida musa!, –le dije, –¿quién eres?
Tu acento me inspira, tu voz me enajena;
tu boca produce con ritmo inefable
el dulce chasquido del labio que besa.
 
   Ábreme tus ojos –con ellos me mira–;
ábreme tus brazos –con ellos me estrecha–;
dame tus miradas porque me confortan,
dame tus caricias porque me consuelan.
 
   ¿Quién eres? Tu rostro tierno y melancólico
tiene mil dulzuras para un alma enferma;
y hay notas prendidas de celeste música
en los hilos de oro de tu cabellera…
 
   ¿Quién eres?
Entonces, plegando sus alas,
pedazos de cielo, me dijo: –Poeta,
yo soy esa musa que inspira los cantos
de vagas memorias; yo soy la Tristeza.
 
   Yo soy la que sube del golfo azulado
si baja la tarde tranquila y serena;
soy la confidente de los amadores,
de los afligidos soy la compañera.

 

 

II

 

   –Pálida musa, –le dije–,
¡mil veces bendita seas!
 
   Y mientras iba el navío
por la onda que espumajea,
encaminando la proa
para las playas chilenas,
 
   el hada desparecía;
y yo, vuelta la cabeza
hacia el lejano horizonte
de mis natales riberas,
 
   sólo vi abajo la onda
que en adamantes se quiebra,
y arriba la blanca nube
que al soplo del aire vuela.

 

 

III

 

   Pasó la noche; vino la luz del día.
Sonreía en Oriente tímida el alba,
y a sus primeras luces, el horizonte
parecía a lo lejos que se incendiaba.
 
   Y otra vez del navío llegué a la popa,
y saludé a las ondas del mar en calma,
y a las nubes viajeras, albos esquifes
que conducen al cielo las buenas almas.
 
   ¡Oh, qué brisa tan fresca la que me trae
las primeras caricias de la mañana!
¡Qué fiesta de colores la del Oriente!
¡Qué músicas y ritmos los de las aguas!
 
   De pronto de la espuma surgió, apacible,
como un rayo de aurora, sonriente, otra hada;
en sus ojos se veían dulces promesas
y fulgores divinos entre sus alas.
 
   Ceñía cual diadema de mil cambiantes
un nimbo misterioso su frente pálida;
la enviaba sus saludos Héspero, hermoso,
al dar sus mil vagidos la madrugada.
 
   En tanto, allá a lo lejos, aparecían
con la aurora las dulces chilenas playas
cuando el hada me dijo con voz del cielo:
–Yo soy tu compañera, soy la Esperanza.
 
   La nave siguió su rumbo,
revolviendo la ola hinchada.
Al ver las costas de Chile
no sé qué sentí en el alma…
 
   Y el sol rompiendo las brumas
lentamente se elevaba,
y encendía ondas y nubes
con su reguero de llamas.

SIGNIFICADOS:

bajel

Escrito abordo del “Uarda”, el vapor alemán en que Rubén llegó a Chile en junio de 1886.

Rubén Darío

Notas

Don Edelberto Torres nos dice que este poema lo escribió Rubén ya avistando las costas chilenas para desahogar su ánimo, presa de sentimientos encontrados de tristeza y esperanza.

En las Poesías Completas, editadas por Alfonso Méndez Plancarte, este poema aparece incluido en la sección, “Del chorro de la fuente – Poesías dispersas desde el viaje a Chile (1886-1916)”, y está dedicado a Eduardo Poirier, el excelente amigo chileno de Darío.


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